mayo 17, 2024

Sesiones de ti: El valor del aprendizaje

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Alejandro Evaristo

Las flores del manzano han empezado a surgir y eso, créame, me pone realmente feliz. Pensé erróneamente en la posibilidad de carecer de cosecha esta temporada a consecuencia del mal tiempo, pero me empeciné y terco como soy -al menos así me describen quienes me conocen-, asumí la responsabilidad de cuidarle: cada mañana le ofrecí agua y cada tarde limpié la basura de su entorno y le protegí de insectos y plagas.

La sequía estuvo ahí desde antes y, a pesar de las evidencias, cada día entonces desperté con la ciega fe y seguridad de que ese, tal vez, sería diferente y habría nubes y lluvia. Nada más lejos de la verdad.

Las primeras preocupaciones llegaron cuando las hojas empezaron a caer a la menor provocación y el tallo otrora verde y fuerte, empezaba a tomar un oscurecido tono café y a doblegarse víctima de su propio peso y debilidad. Debía sobreponerme a la esperanza y actuar o el permanente riesgo de verle morir se confirmaría cada vez.

Mi hermosa planta no iba a renacer solo con buenos deseos y puse manos a la obra. Un poco de composta, un tanto de azúcar y media pastilla de aspirina molida, junto con el agua, hicieron lo suyo y le fortalecieron.

Han pasado semanas desde esa primera acción y hoy ahí está: el macetero ya le queda pequeño y tiene al menos 25 flores violáceas que cada mañana reciben y adoran las caricias solares y los vientos y las primeras lluvias de una época extraña.

La mejor parte de esta historia la representan las decenas de brotes alrededor y entre las ramas. Es imposible contarles porque el número sobrepasa la paciencia, pero son montones: será necesario colocar algún tipo de soporte para que no se rompan y también cubrirles un poco de la lluvia para garantizar el proceso natural y evitar que caigan.

Mi planta florea nuevamente, sonrío y ahora confirmo que la esperanza no es un anhelo, sino el resultado innegable de un compromiso asumido, por eso es importante actuar, para evitar que nuestras cosas mueran…  

***

Estar lejos de casa es difícil, todos lo sabemos. El apego sentido hacia la seguridad de nuestro original entorno y las personas amadas pueden resultar una carga de bastante peso si uno es incapaz de entender y aprender sobre la nueva realidad por enfrentar.

Cuesta trabajo al inicio, dependiendo del nivel y grado de arraigo, pero al final se debe hacer frente a lo que sea y uno debe adaptarse a las nuevas condiciones sin importar si es en solitario o en compañía.

La lejanía de la comodidad brindada y la confianza en un entorno seguro pueden provocar un verdadero caos en la mente porque la sinceridad viene acompañada de responsabilidades, compromisos y nuevas tareas por desempeñar.

Los retos crean incertidumbre, dudas, temores. Por eso uno debe estar siempre listo para asumir todo tipo de situaciones: enfermedades, descontrol… soledad.

El verdadero reto es la mutación del hecho en sí y caer en la cuenta de la increíble gama de oportunidades al alcance: desde conocer nuevas personas hasta poder aprender nuevas formas de preparar los alimentos, disfrutar otros sabores, recorrer caminos inimaginables y más, mucho más.

Ver el todo desde una nueva perspectiva ofrece una amplia gama de experiencias y algunas, sin duda, serán más gratificantes que otras, pero todas detonarán el crecimiento y conocimiento de quiénes somos e incluso de nuestras capacidades.

Esa es la fórmula, pero lo realmente maravilloso de este gran chisme llamado vida es entender que el hogar no es el sitio donde físicamente están las cosas que “nos pertenecen”, sino aquel donde estamos a cada paso.

Lo conforman las sonrisas, los atardeceres, las vidas compuestas y todas esas oportunidades de reconocernos en el otro, para bien o para mal, pero siempre bajo la protección de nuestra singular esencia.

Es verdad, no cualquiera puede tener acceso a nuestro lugar seguro, pero también lo es la certeza de que no hay suficientes armaduras para protegernos.

¿Qué queda entonces? Hay algo, se llama riesgo y se asume con la confianza en uno mismo. Puede ser innecesario o incluso peligroso, pero algunos preferimos aventurarnos a quedarnos con dudas, por eso detesto los “y si hubiera…”. Usted tendrá sus propias conclusiones, en casa será responsabilidad suya permanecer ahí. La mía es abrir las puertas y, ocasionalmente, ofrecer cálidas bienvenidas y una taza de café cargado…

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