mayo 03, 2024

Sesiones de tí: La decisión sobre ella…

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Alejandro Evaristo

La conocí hace algunos meses pero, al ser un tipo más bien retraído, tímido y podría decir hasta introvertido, no pude acercarme a ella, al menos no las primeras veces. ¿La verdad? Su belleza me resultaba realmente abrumadora y esa ocasión había al menos otros dos o tres sujetos adulándole. No había necesidad de un tercero.

En ese entonces vivía en otro sitio, mis intereses estaban en otros lados y la sede laboral se encontraba a unos cuantos pasos del centro histórico de la ciudad. Todo estaba relativamente cerca así que, ¿por qué no? Tomé la decisión de caminar ese par de kilómetros cada día por dos razones: ahorro y ejercicio, al menos un poco. En ninguno de los casos el resultado fue idóneo, pero esa es otra historia.

En algún momento me aburrí de ver lo mismo en cada recorrido, así que un buen día tuve el gran tino de modificar la ruta. Me congratulo por ello.

Caminaba molesto rumbo a casa. La mañana no había sido del todo grata, en especial luego de un enfrentamiento verbal con el sujeto responsable de tomar decisiones, así que andaba pensando y pronunciando toda clase de improperios cuando, de repente, la vi y de alguna forma sé que ella hizo lo propio.

El momentáneo estado de contemplación llegó a su fin cuando caí en la cuenta. Esos tipos no permitirían un acercarmiento y yo moría de hambre.

“Mañana –pensé-, me planto y a ver qué sucede…”.

***

Allá por la década de los 90’s Joel compró una motocicleta de las grandes, cilindrada 1000. Era negra y, aunque usada, conservaba todas sus piezas originales y jamás había estado involucrada en algún accidente o percance vial. Mi amigo y mentor amaba esa moto.

En alguna ocasión hubo necesidad de llevar documentación importante al otro lado de la ciudad pero todo era un caos. Él se ofreció a llevarme en su grandioso vehículo. A la vuelta, luego de cumplimentar la misión encomendada ese día, no pude más que suplicar: quería una moto y necesitaba aprender y él, con todo el cariño y amistad que nos unía y une a la fecha, se ofreció a enseñarme.

Pasaron varios días hasta que llegó ese sábado, el primero de tres, si mal no recuerdo. En esa inicial enseñanza me habló del funcionamiento, la similitud con la conducción de una bicicleta y, especialmente, las medidas de seguridad en todo tipo de situaciones. Fue un sábado de media hora de teoría solamente.

El siguiente sábado llegó lo bueno. Anduve caminando con la moto encendida, aprendí a mantener el necesario y sano equilibrio, conocí y reconocí las principales medidas de seguridad (sí, otra vez) y conduje por primera vez esa maravilla. La sonrisa de triunfo en el rostro no me la quitaron ni los golpes, ni los problemas, ni los reclamos sucedidos a lo largo de la semana.

El sábado fatídico llegó. Con las emociones a flor de piel repetí los ejercicios, recorrí varias cuadras, logré hacerme de la confianza suficiente y me fui a recorrer colonias. Luego había que regresar y… un niño como de 6 años salió de la nada corriendo tras una pelota y, para no atropellarle, hice una maniobra que culminó con mi pierna derecha prensada entre el pavimento y la motocicleta. No recuerdo bien a bien la cifra, pero arreglar el desperfecto en la máquina costó y mucho; el del físico, a la fecha me sigue pasando factura, pero el mental…

***

La he visto luciendo varios colores pero adoro cuando decide lucirse en azul marino o en negro… ¡uf! De verdad, créame cuando lo afirmo: sus líneas son perfectas.

Ayer por la tarde me tomé el atrevimiento de visitarle. No hubo llamada o mensaje previos, solo decidí pasar porque cuando uno quiere algo saca fuerzas y pretextos de los más insospechados sitios para satisfacer el deseo. Además, la decisión había sido tomada a tiempo porque debo demostrarme de qué estoy hecho, aunque me atemoriza, no lo niego.

En fin, como sea, ya estaba ahí. Me armé de valor y me planté ante el dependiente:

–        “Buenas tardes, ¿me puede dar informes de la motocicleta que está allá y… la tienen en rojo?”.–

LC Aldo Alejandro Evaristo Gómez

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