Haydee García
El exgobernador chetumaleño Mario Villanueva Madrid hoy cumple 73 años, intacto en su esencia de ser humano y con un reclamo de justicia a flor de piel. Castigado sin misericordia en la recta final de su mandato, por consigna del presidente Ernesto Zedillo, Mario Villanueva conserva las cualidades ajenas a la órbita del rencor, asimilando cada episodio de su travesía tan adversa y dramática desde que comprendió su destino al final de su mandato.
Villanueva supo que sería la pieza de cacería principal y se esfumó en Mérida un 27 de marzo de 1999, un día después de rendir su último informe que entregó al caer la noche en el Congreso local. Entonces lanzó un discurso incendiario contra el gobierno federal y dedicado a Zedillo.
Han pasado más de 22 años de ese momento histórico que marcó el antes y el después para Mario Villanueva, quien permaneció oculto por 26 meses hasta aparecer a fines de mayo de 2001 en la localidad de Alfredo V. Bonfil, muy cerca de Cancún. Y desde entonces ha aguantado el rigor de las cárceles, acusado de nexos con el narcotráfico que fueron una excusa para perseguirlo y castigarlo con saña.
Mario Villanueva ha visto ascender y caer presidentes de la república del PRI y PAN, pero la llegada de Andrés Manuel López Obrador –de Morena– alentó e ilusionó a él, a su familia y a quienes lo apreciamos, porque el tabasqueño prometió hacer todo lo posible para liberarlo, sin que hasta ahora haya cerrado la pinza. Cierto, desde el siete de junio de 2020 permanece en prisión domiciliaria en Residencial Andara, pero falta el anuncio de su libertad definitiva a la que tiene todo el derecho.
No hay el menor motivo de peso para mantenerlo privado de la libertad, porque su proceso ha sido el ejemplo más infame de la venganza con guantes de justicia, ya que el objetivo siempre fue destruirlo y exhibirlo como trofeo, como él mismo ha dicho en más de una ocasión.
Villanueva permanece como el único faro político de Chetumal. Es el político más experimentado y querido en nuestra capital, sin que esté a salvo de ataques porque en la política no hay “moneditas de oro” o monjes tibetanos.
Su liderazgo es la única llama del sur, y debe dolerle muchísimo la humillación que ha padecido su partido desde 2006, cuando fue expulsado de una gubernatura que fue patrimonio de su partido desde 1975.
Quizá Mario Villanueva reflexione una decisión que tomó a principios de septiembre de 1998, cuando le metió la zancadilla a su comadre Addy Joaquín Coldwell para evitar que fuera la candidata del PRI a la gubernatura, tal como pretendía el Presidente Zedillo.
Villanueva hizo ganar al chetumaleño Joaquín Ernesto Hendricks Díaz, quien dio la espalda a la capital al impulsar como sucesor al cozumeleño Félix González Canto, quien impuso a su pelele Roberto Borge Angulo, también de Cozumel.
Beto Borge acabó con el PRI en 2016, aferrado a su guerrita para impedir que el candidato del PRI fuera Carlos Joaquín González. Quizá Mario Villanueva sienta que una decisión suya desencadenó esta historia, incluyendo su drama que tiene que llegar a su fin, porque merece la libertad inmediata.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador tiene la última palabra y gran parte de Quintana Roo aguarda su decisión, más allá de las promesas.