Gilberto Meza
Lo sé, lo he sabido siempre, y quienes me conocen piensan lo mismo: soy un tipo desconfiado. Sospecho de todo y de todos. Eso, que no pasaría de ser una descripción personal, se convierte en un problema cuando de lo que desconfío es de la política, de los políticos y, sobre todo, de su discurso.
Así que cuando escucho, en la autollamada 4T (que nadie de ese movimiento logra describir más allá de las frases del cristianismo temprano de no robar, no mentir y no traicionar, que no dejan de ser una broma cruel); como decía, cuando los escucho centrar su discurso preelectoral en la unidad, inmediatamente sospecho. Lo siento, soy así. Y más cuando me anuncian sus segundos pisos.
Tanto énfasis en esos temas me produce escozor. Porque no es un llamado a la unidad nacional, no, esa que se han encargado de fracturar a diestra y siniestra; ni de buscar un acuerdo entre los mexicanos para, mínimamente, transitar hacia una condición que acabe con la división promovida desde Palacio, sino algo mucho más inmediato, es decir, un llamado desesperado hacia una unidad inexistente en su movimiento, que no partido.
¿Será porque las cosas no les pintan tan bien que insisten cada vez que se aferran a algún micrófono en esa unidad que dicen tener hacia el interior? Dudo, luego existo, o ¿cómo era esa frase que se atribuye a Descartes? Algo no suena bien, algo está pasando que los legos ignoramos. ¿Se les habrá acabado el discurso?, ¿no tendrán nada más que decirnos? Pero no nos engañemos, porque su discurso sí nos advierte algo amenazante.
No es un discurso que confronte o intente proponer soluciones a las graves condiciones nacionales. Pero sí es una narrativa, una promesa de continuidad, lo que significa doblar, o triplicar (ya se sabe de su grandilocuencia), por ejemplo, el número de muertos de este sexenio sangriento que se aproxima apresuradamente a los 200 mil asesinatos al cierre de 2023 y que sobrepasará los 250 mil antes de que el señor Peje se vaya a La Chingada (su rancho), y que si les sumamos los más de 800 mil producto de la pandemia, los más de cien mil desaparecidos y los más de 50 mil cuerpos sin identificar de las morgues de todo el país, contabilizamos más de un millón de asesinatos dolosos producto de su política criminal de abrazos, no balazos.
No prometen nada que importe a los pobres: no habrá medicamentos, tampoco se recuperarán los más de 30 millones que dejaron de tener el Seguro Popular, y que alcanzan ya los más de 50 millones de pobres sin servicio médico, cuando el sexenio anterior lo dejó en 20 millones; ni se reinstalarán las estancias infantiles, los refugios para mujeres violentadas o las escuelas de tiempo completo, no. Y esto sólo por mencionar los resultados de sus políticas públicas más evidentes, no. Insisto: no. De eso no hablan. Hablan de trenecitos, de tomar el poder en la Suprema Corte, de acabar con el INE, con el INAI, con todos los órganos autónomos, de eliminar, en una frase, nuestro sistema mínimamente democrático, para apropiarse del poder y evitar que sean echados a patadas, como merecen. Si no lo creen, pregúntenle a los habitantes de Acapulco.
Su llamado se dirige sólo a sus militantes o, todavía peor, hacia sus dirigencias, porque enfrentan una división que puede llevarlos directo al despeñadero, sin Peña, se entiende. Lo único que les preocupa es que el rebaño no se disperse, que no se aleje mucho, que no rompa porque, contra lo que quieren convencernos, hay mucha inconformidad entre sus aliados (PT, PVEM, que quieren más poder) como vimos en la batalla de los puros contra los arribistas en la Ciudad de México, que ahora se extiende a todo el país, por la forma en que se está llevando la distribución de los más de 20 mil candidaturas que deberán completar para las próximas elecciones, y que no hay acuerdo, porque todos creen merecer más mientras los morenos se aferran a sus actuales posiciones (Cámara de Diputados, Senado, por mencionar sólo dos), mientras la corrupción los desnuda a todos (ambiciosos vulgares, o ¿cómo era?). Porque si se fracturan, saben, tienen la derrota asegurada.
Sospecho, pues, que nos quieren dar gato por liebre, y que conste que no tengo nada contra los gatos excepto, claro, los que pululan en los pasillos de la 4T, una abrumadora mayoría.
Hay inconformidad que amenaza convertirse en rebelión, la que no se nota aún porque ocurre entre bambalinas, entre su élite política, pero empieza a manifestarse también entre la tropa. El rebaño se rebela contra los gandallas de siempre. Por si fuera poco, empiezan a verse los pespuntes que sostienen un aparato, y un gobierno, incapaz de ofrecer resultados medianamente aceptables.
Es muy posible que este gobierno no pase del O% en crecimiento sexenal, contra la promesa del 6% del señor Peje, y que su ineptitud y la de sus secretarios, gobernadores y funcionarios acaben por mostrar a todos los mexicanos (incluso a los suyos) el gran fracaso que ha sido su gobierno, y que la famosa transformación no es sino una patraña urdida para captar incautos, que los hay. Y para acumular un enorme poder que ha sido incapaz de aprovechar para ofrecer algo a los mexicanos más allá de los cientos de miles de muertos, estancamiento económico, pobreza y corrupción. Porque eso sí, también en este campo lograron superar al que era el epítome en ese campo en el siglo XXI, es decir el gobierno de Peña Nieto.
El señor Peje pasará a la historia como el más corrupto del presente siglo, superando con mucho a Peña Nieto, ante la monumental corrupción de sus compinches, es decir, socios, como el director de Segalmex, o sus acuerdos con el crimen organizado, que empiezan a hacerse presentes por aquí y por allá. La historia está por contarse porque sí, están haciendo historia.
No los distraigamos.