mayo 04, 2024

Sesiones de ti: Hermosas eternidades

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Alejandro Evaristo

Suena el timbre y una sombra se percibe tras la cortina de la ventana, alguien espera en el exterior una respuesta.

La mujer está enfundada en un suéter amarillo y unos pantalones de mezclilla ceñidos centímetro a centímetro a la perfección de sus piernas largas e interminables. Intercambian saludos y ella entrega dos libros, sigue hablando y sonríen. La puerta ha quedado abierta y él le invita a pasar pero ella se resiste, mejor esperará afuera porque espera la llegada del repartidor de agua. Vuelve del interior con un montón de periódico en las manos y se lo entrega.

Siguen charlando afuera. Ella se nota absolutamente cómoda con la compañía y de vez en vez acomoda el cabello y toca su brazo y gesticula y sus manos van hacia uno y otro rincón del espacio libre entre ambos…

***

Cuentan las oscuridades que la noche anterior una piel tuvo necesidades especiales mientras la otra estaba perdida en ensoñaciones de madrugada. Cuando una intentó acercarse se detuvo porque, al parecer, en medio del sueño, la otra estaba ya en proceso de reconocimiento y el pecho libre de sujetador ascendía y descendía al ritmo del recorrido sin remordimientos: en el estado onírico se pueden asumir desde las peores atrocidades hasta indescriptibles disfrutes en otros tactos y sensaciones. Todos lo sabemos.

Luego llegaron sonidos al ras de las sábanas y sus miles de hilos de algodón también temblaron y también empezaron a humedecerse. Murmullos.

La piel en necesidad se pregunta qué hay al otro lado de esos ojos cerrados y la tensión en los muslos. Pregunta y no halla respuestas porque no hay quién le escuche, porque justo a centímetros de su llegada un suspiro rompe la intención y se derrama completamente y sin contratiempos.

Entonces le despertó para preguntar y ella mintió compasiva. Le obligó a abrazarle y ofreció su espalda perfecta para obligarle a olvidar el momento mientras recreaba los movimientos, la fuerza, la pasión y los hechos recién experimentados para retribuirle su preocupación y corresponder a las ansias en esa cama matrimonial…

***

Ella pide honestidad, él habla de deseo. Por un momento parece arrepentirse de la petición pero luego imagina y, a decir verdad, disfruta lo que escucha.

La puerta sigue abierta y el repartidor de agua hace su inoportuna aparición para obligar la despedida. Cada uno vuelve a su realidad y los gatos, inteligentes animales provenientes de quién sabe qué recovecos del universo, les observan separarse a pesar de las ganas y andan en sus cuatro patas tras ella y maúllan sus pasos. Él vuelve a la seguridad del noticiero y sus mentiras.

Cinco, quizá 10 minutos después, el timbre en la puerta vuelve a recriminarle la falta de valor y a cuestionar su inexplicable apego a un código que, en esta realidad, es solo válido para él.

Nuevamente se abre la puerta para cerrarse casi de inmediato.

Los botones centrales del suéter amarillo empiezan a separarse y la mezclilla resbala con demasiada rapidez como para reaccionar.

Segundos después las largas extremidades están ahogándose entre tal cantidad de besos y caricias y los labios se separan y reciben y aprueban y rechazan y exigen porque el deseo está hecho y formado con más verbos de los comunes.

No hay tiempo para palabras, no hay oportunidad para dudar. Ambos saben de las cornisas y los otros rostros y las otras voces. Uno y otro ven a través de la cortina las siluetas animales y así se amasan sin poder guardar silencio porque los cuerpos no se cansan de gritar y las verticales y las horizontales son las mejores frases a pronunciar entre uno y otro.

Dicen que cuando uno es capaz de recordar los sueños estos no lo son.

Ella por fin logra articular una frase y le dice que le visitó anoche mientras dormía.

Él sonríe… tus piernas son eternas…

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