Alejandro Evaristo
Las primeras gotas llegan.
Secundadas por ligeras pero constantes ventiscas caen con toda su pequeña fortaleza sobre diferentes superficies y generan cambios en formas, pesos, dimensiones y densidades, igual como hacen antes de esto allá, en el arriba de un cielo inexistente.
Ellas en lo individual son simples, débiles y hasta inofensivas, pero unidas, en conjunto, se vuelven tormenta y huracán y ahí es donde yace su poder, me atrevería incluso a afirmarlo: lo saben.
***
Mary despierta. Observa la enorme espalda y empieza a dibujar toda suerte de figuras en la piel. Con apenas el roce del dedo índice escribe su nombre y sonríe porque han sido las primeras horas de mejores tiempos.
Observa el espacio y abre sus sentidos para disfrutar los olores restantes del encuentro, la forma de su cuerpo a ese costado de la cama y el respirar desinhibido a apenas unos centímetros de sí.
Ha confirmado su vida porque así lo decidió durante la madrugada, cuando se deshizo de falsas apariencias y arrojó al piso la blusa floreada y el sostén, primero, las lycras de orificios abiertos en red después. Incluso confirmó su promesa de cumplir algún capricho y por eso volvió a calzar las zapatillas negras y se dejó llevar.
Las manos recuerdan los movimientos, la presión, el soporte, y no puede evitar el viaje al pasado inmediato y la acelerada movilidad de las caderas después de la primera humedad, incluso antes del viaje bucal al cuello y los lóbulos a cada costado.
El deseo era evidente y la pasión inevitable. Lo confirmaron su boca, los susurros y la palpitación entre sus piernas. La misma provocada ahora por esas evocaciones y la visión de los ropajes sobre la alfombra.
Mary amanece otra vez a pesar de la oscuridad y hurga, apresa, libera el aleteo casual en sus pies bajo las sábanas y permite a sus dedos llevar pedazos de ansia hacia esa otra boca y esos otros labios porque las rodillas se han separado y el vientre aumenta y disminuye y no puede evitarlo.
Gira entonces el cuerpo y se enfrenta. Eleva la cabeza y arquea la espalda mientras toneladas de fuegos pirotécnicos estallan entre sus pechos y las gotas de sudor resbalan para evaporarse apenas iniciado el recorrido. Entonces se libera y gime y grita y reconoce la exquisitez de ese momento y por un instante se deja llevar por el intruso hasta el agotamiento y el nuevo cansancio.
- No debimos esperar tanto para esto…
- Lo sé…
***
Son las 2 de la mañana. A lo lejos se escuchan los primeros avisos de la lluvia y las luminosidades de un cielo inexistente allá afuera trascienden la tela y llegan a los párpados de su paraíso.
Es hora.
Mientras prepara la partida no puede evitar la pregunta.
Un poco de silencio siempre es bienvenido porque así también se gritan respuestas y ella lo sabe. El gesto lo confirma.
Mañana será la anfitriona y ha prometido usar la minifalda con las botas negras y lo sostiene mientras deja un beso en los labios moribundos.
La lluvia se acerca. Las primeras gotas empiezan a caer y los truenos enmarcan la tormenta viva entre sus piernas presas de una lycra negra y orificios en red…
- No tardes…