Por Ricardo Burgos Orozco
Todavía no eran las ocho de la mañana cuando yo estaba en uno de los andenes esperando el tren en la estación Mixcoac con rumbo hacia la oficina. En uno de los monitores se veía y se escuchaba música de cumbia de un grupo desconocido cuando de pronto se acercó una señora, se paró frente a mí y comenzó a dar unos pasitos de baile invitándome a seguirla.
“Hay que empezar el día de la mejor manera posible”, dijo la mujer, sin dejar de moverse. Debajo del cubrebocas se adivinaba su sonrisa mientras balanceaba sus brazos de un lado a otro con todo y dos bolsas que traía. Muy bien — le contesté – es excelente empezar el día con la mejor actitud; “sí, me gusta ser alegre a todas horas”, me dijo.
Llegó el tren y nos pusimos a charlar animadamente de Mixcoac a Barranca del Muerto, estación terminal de la Línea 7. Se llama Josefina García, tiene 69 años de edad, chaparrita, delgada, morena, vestida de manera sencilla con zapatos tenis, pantalón y chamarra de mezclilla, con dos bolsas de papel con adornos navideños al parecer. No le pregunté.
Se jubiló hace nueve años de una empresa de hilados y tejidos. “Me daban todas las prestaciones y me trataban muy bien, pero me cansé de estar esclavizada todo el día con un sueldo bajo, ya me tocaba y me decidí”, comentó.
Me dijo que se divorció hace siete años de su marido porque “ya no lo aguantaba, mejor sola que mal acompañada”. Vive con una hija única de 26 años de edad que se acaba de recibir de contadora pública. Confesó que no la ha dejado tener pareja porque tiene pendiente el trámite de su cédula profesional para que pueda empezar a trabajar.
Tiene un departamento modesto en la colonia Miramontes de la alcaldía Coyoacán. Lo pagaron su exmarido y ella “más yo que él porque de pronto se hacia pato y me dejaba todas las cuentas, no se valía”.
Josefina reconoció que es muy alegre y pachanguera. A cualquier fiesta que la inviten va y no para de bailar toda la noche “no me gusta tomar, pero sí toda la música desde chachacha, rocanrol, cumbia, salsa, hasta vals”. Le encanta disfrutar de la vida, es sana, muy alegre y platicadora por lo que observé.
No se quedó solamente en recibir una pensión y disfrutar su descanso, Josefina García se dedica desde hace cinco años a limpiar casas. Le pagan 150 pesos por hora. Diario acude a un lugar diferente, ya tiene clientela fija que la conoce y la recomienda. Cuando le pregunto su hora de entrada, me dijo orgullosa: “no tengo un horario fijo, la cosa es terminar a determinado tiempo y muy bien para que la patrona o el patrón no se quejen”.
De lunes a viernes sale muy temprano de donde vive y regresa en la noche. Tiene que tomar una pesera y transbordar en las líneas 3 y 7 del Metro. Los sábados y los domingos se dedica a los quehaceres de la casa, pero está abierta para las invitaciones a las fiestas y a los bailes.
Me despedí de Josefina con una felicitación por su espíritu positivo y sus ganas de vivir. Así, seguro siempre le va a ir muy bien.