
Por Claudia Valdes Díaz

El día de los narcobloqueos, mientras las carreteras ardían y el miedo volvía a tomar las calles, los diputados de Morena y del Verde intentaron cancelar la comparecencia del secretario de Seguridad.
No fue un error de agenda, fue cobardía pura: no querían escuchar. Pretendían cubrir el fuego con aplausos.
Y el todavía inquilino de La Casa de los Perros, en lugar de enfrentar la crisis, apareció en redes hablando de cosechas y producción agrícola. Como si el humo de los tráileres quemados fuera simple neblina matutina.
La fallida nueva gobernanza celebró su silencio.
¡Claro! Son parte de este gobierno que exige lealtades, que presiona a los suyos a sostener el teatro, que divide entre los que “aman a la FRIZ” y los que “apoyan al crimen”. La vieja táctica del poder: convertir la duda en traición.
Cuando Arturo Medina Mayoral compareció ante el Congreso, después de exhaustiva revisión al edificio con perro entrenado, por aquello de que el miedo no anda en burro, habló de fortalezas, de avances, de que Zacatecas está entre los 10 estados más seguros. Y soltó su frase brutal: “De 1.6 millones de zacatecanos, 1.4 apoyan a la FRIZ; los 200 mil restantes son delincuentes o simpatizantes”.
Traducido: quien critique, estorba; quien pregunta, amenaza. Eso no es política de seguridad. Es paranoia con uniforme.
La diputada Isadora Santiváñez lo dijo con claridad: “¿De qué sirven sus mascotas robóticas y sus aeronaves millonarias si la gente sigue sin poder salir a la carretera?”. Tiene razón. Las cifras —55 campamentos desmantelados, 233 armas aseguradas, 884 vehículos implicados— no tapan el terror de los bloqueos, ni el miedo que paralizó pueblos enteros.
Peor aún: Medina Mayoral no explicó quién permitió que el crimen tomara carreteras ni por qué los municipios siguen desamparados. Reconoció que son el “punto débil”, pero omitió decir que el propio gobierno los dejó así. Las promesas de fortalecimiento municipal han quedado en papeles sin firma.
El silencio también tiene nombre: Rodrigo Reyes Mugüerza, secretario general de Gobierno. Desde la comodidad de su oficina ha sido el encargado de bajar la línea de minimizarlo todo, de culpar a otros, de dividir.
Mientras Durango y San Luis Potosí blindaron sus carreteras con el Ejército y la Guardia Nacional. Chihuahua, sin discursos, aseguró el regreso de sus estudiantes varados entre el fuego y la incertidumbre. En Zacatecas, fueron los docentes, no la autoridad, los que suspendieron las clases por miedo. Allá hubo reacción. Aquí, soberbia.
Zacatecas se cansó. De los discursos de cosecha en días de fuego. De las etiquetas absurdas que convierten al ciudadano crítico en enemigo. De ver cómo se usa la FRIZ como tótem para encubrir la parálisis.
Los bloqueos ya no son noticia local. Son la señal de un Estado que se resquebraja mientras el poder finge no escuchar.
Porque quien tiene miedo de nombrar la guerra, la pierde antes de empezar.
La política es poder, sí. Pero también es responsabilidad. Y quienes lo usan para dividir y callar, terminan víctimas del mismo miedo que sembraron.
Zacatecas no pide héroes ni discursos. Pide gobiernos que no se escondan detrás de las cosechas cuando el campo arde.
Amar la paz no es lealtad al poder. Es exigir que el poder deje de rendirse ante la impunidad.
El gol que dolió en La Casa de los Perros
Zacatecas Capital levantó la Copa por el Bienestar 2025, y con ese trofeo, algo más se alzó en el Estadio Carlos Vega Villalba: el ánimo de una ciudad que no se resigna a jugar en la banca del poder.
El marcador final —4-1 contra Miguel Auza— fue apenas el pretexto. Lo verdaderamente simbólico ocurrió fuera de la cancha, cuando el secretario de Gobierno, Rodrigo Reyes Mugüerza, y su comitiva de la nueva gobernanza –FRIZ incluida– intentaron impedir que el alcalde Miguel Varela Pinedo estuviera en primera fila durante la premiación. No lo lograron. Y el público, que sabe leer entre líneas, respondió como suele hacerlo el pueblo cuando le quieren dictar el guion: con aplausos y con gritos.
El triunfo capitalino, respaldado desde el inicio por el alcalde Varela, fue una fiesta de esfuerzo, de orgullo y de pertenencia. Una victoria que no sólo consagra a un equipo, sino que refleja la disciplina y la unidad de una comunidad que ha aprendido a resistir los bloqueos —los de las carreteras y los políticos por igual— con dignidad y coraje.
La Copa, convocada bajo el sello del “Bienestar”, terminó siendo ironía pura: el bienestar no vino del gobierno estatal, sino del empuje de una capital que se organizó, entrenó y ganó sin pedir permiso.
En el césped, los jugadores festejaban. En las gradas, las familias ondeaban banderas. Y en alguna habitación de La Casa de los Perros, más de uno mascullaba su frustración. Porque, sin proponérselo, el equipo de Zacatecas metió el gol más político del torneo: el que deja sin aire a quienes creían tener todo bajo control.
Vaya que esta vez, como dice el dicho, les salió el tiro por la culata.