
Por Daniel Lee

Déjeme compartirles esto:
Cada septiembre, Estados Unidos despliega discursos y festivales para conmemorar el Mes de la Herencia Hispana. Este año, la Coalición Estadounidense de Inmigración Empresarial (ABEC) y el Comité de los Cien lanzaron la campaña Hispanics Make America Great, exigiendo a la administración Trump permisos de trabajo para los migrantes. El mensaje es contundente: la frontera está “segura” y los hispanos sostienen la economía.
Pero detrás de la retórica empresarial, persiste un contraste hiriente: mientras se cortan listones en actos públicos, continúan las redadas que arrancan a trabajadores indocumentados de sus casas y empleos.
Y quienes cargan el peso más duro de esa persecución son, sobre todo, nuestros paisanos, que representan casi el 60% de toda la población hispana en el país: jornaleros, obreros de la construcción, trabajadores agrícolas, empleados en restaurantes y hoteles, madres que sostienen con doble jornada a familias en ambos lados de la frontera.
Los números son claros: más de 37 millones de personas de origen mexicano viven en Estados Unidos, constituyendo la comunidad latina más numerosa. De ellos, millones carecen de papeles y son los primeros en ser blanco de redadas y deportaciones.
Al mismo tiempo, su aporte económico es incuestionable: son pieza clave en el sector agrícola, que abastece la mesa estadounidense; en la industria de la construcción, que levanta casas y carreteras; y en los servicios, que mantienen en pie ciudades enteras. Su trabajo no es un añadido, es el cimiento cotidiano de la prosperidad.
El riesgo de campañas como Hispanics Make America Great es reducir la lucha migrante a una transacción económica: pedir permisos laborales solo porque “conviene al país”.
Pero la dignidad de los mexicanos migrantes no debería depender de la productividad que se mide en dólares, sino del reconocimiento de sus derechos humanos. Estados Unidos no puede homenajear la “herencia hispana” mientras mantiene cárceles migratorias llenas de mexicanos, ni celebrar la cultura de quienes llegaron en el pasado mientras criminaliza a quienes hoy cruzan la frontera en busca de sobrevivir.
Trump utiliza la seguridad fronteriza como moneda electoral; empresarios hispanos buscan abrir espacios de negociación mostrando el peso económico de la comunidad. Sin embargo, entre esas narrativas queda invisibilizado lo esencial: la vida cotidiana de millones de mexicanos que construyen el presente de ese país y que, paradójicamente, siguen siendo los más vulnerables a la deportación.
La herencia mexicana en Estados Unidos es mucho más que folclor o estadísticas: es una fuerza viva, trabajadora y resiliente. No necesita la validación temporal de una campaña empresarial ni el reconocimiento hipócrita de una Casa Blanca que organiza homenajes con una mano mientras firma órdenes de deportación con la otra.
La grandeza de los migrantes mexicanos está ya escrita en cada cosecha levantada, en cada negocio pequeño que sobrevive, en cada familia dividida que aún resiste. Lo que falta no es más celebración simbólica: lo que falta es justicia migratoria y el fin de la persecución contra quienes, desde hace generaciones, han hecho grande a Estados Unidos.
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