septiembre 15, 2025

Migrar no es un delito, asesinar sí: el caso Silverio Villegas

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Por Daniel Lee

La muerte de nuestro paisano Silverio Villegas González en Chicago no fue un hecho aislado ni un accidente fortuito: fue la consecuencia directa de una política migratoria estadounidense que ha criminalizado la vida cotidiana de millones de trabajadores indocumentados. Que su asesinato haya ocurrido frente a sus hijos convierte la tragedia en una herida doble: la de un padre arrebatado y la de una infancia marcada por la violencia institucional.

Silverio, un cocinero michoacano, fue asesinado no por portar un arma, no por representar una amenaza, sino por cargar con el estigma de ser indocumentado. En Estados Unidos, esa condición ha sido convertida en pecado capital bajo la sombra de políticas antimigrantes, diseñadas para infundir miedo y no para administrar justicia. No hay eufemismo posible: lo balacearon por ser migrante.

Los discursos de condolencia -desde el Congreso de Michoacán hasta las organizaciones binacionales- son necesarios, pero no suficientes. Condenar no basta cuando las vidas de mexicanos, centroamericanos y otros migrantes siguen desechándose al sur y al norte del Río Bravo con la misma impunidad. La muerte de Silverio debe ser un punto de quiebre, no una estadística más en la interminable lista de abusos de ICE.

Esto nos a aquilatar que nuestros paisanos y los migrantes de otros países sostienen, con su trabajo invisible y mal pagado, la economía estadounidense. Cocinan, limpian, construyen y cuidan; hacen posible la abundancia de un país que, injustamente, les niega humanidad. Silverio sostenía con dignidad a su familia, mientras un sistema profundamente hipócrita lo trataba como amenaza.

México, por su parte, no puede limitarse a emitir comunicados de solidaridad. La Cancillería y el Estado mexicano tienen la responsabilidad de elevar este caso a los más altos foros internacionales, denunciar la violencia sistemática de ICE y acompañar de manera integral a la familia Villegas, no solo con discursos, sino con asistencia legal, consular y psicológica. No se trata de un gesto de buena voluntad, sino de una obligación con sus ciudadanos.

Ser indocumentado no es un crimen. Lo criminal es que un agente armado del Estado decida, en segundos, segar la vida de un hombre frente a sus hijos y que la maquinaria legal intente después justificarlo. Lo criminal es que la muerte de un migrante se convierta en nota de un día, en trending efímero, mientras los responsables regresan a sus oficinas con impunidad blindada.

Silverio Villegas ya no está. Pero su historia, la de un hombre que salió de Irimbo, Michoacán, con la esperanza de darle un futuro a su familia, nos recuerda que la migración es, antes que nada, un acto de amor. Y que cuando un Estado responde con balas a ese amor, nos encontramos frente a una violación flagrante de los derechos humanos que interpela a toda la comunidad internacional.

No basta con llorar a Silverio. Hay que exigir justicia. Ojalá el gobierno de México le dé el peso y la importancia que esto merece por justicia, lejos, muy lejos de estar cacareando un sorteo de lotería, y que presuma que será para apoyar a nuestros paisanos. Nadie ha dicho cómo, pero eso no es lo peor, lo peor es que destino le darán al dinero en medio de una administración que poco o nada les importa la transparencia.

Así lo dejamos por hoy. Mi respeto a la familia de Silverio.

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