julio 26, 2025

EU redefine el delito de existir, chicanos salen en defensa de connacionales

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Por Daniel Lee Vargas

Hoy día en la Unión Americana solo basta con salir a comprar pan, asistir al trabajo, o repartir despensas para convertirse en blanco de una política migratoria que ha perdido todo pudor legal.
Sin embargo, en el ánimo de contener una política racista y discriminatoria, en las calles de California, hijos de migrantes -ciudadanos estadounidenses por derecho, pero conscientes por historia- decidieron patrullar las calles no para castigar, sino para proteger. Son las nuevas autodefensas. No llevan armas: portan celulares, memoria y rabia contenida.
Mientras la administración Trump destina 183 mil tobilleras electrónicas a migrantes adultos, como si la condición humana pudiera ser gestionada por GPS, el verdadero mapa del miedo se dibuja entre los callejones de Boyle Heights y los campos de fresas del Valle Central. Allí donde el silencio y el sudor sostienen los pilares de la agricultura estadounidense, ICE no llega solo: lo acompañan mercenarios sin rostro, camionetas sin placas, y una sombra que ya ni siquiera se disfraza de legalidad.
La paradoja se escribe en una espiral de contradicciones, porque se trata de un país que depende estructuralmente del trabajo de personas indocumentadas -1.4 millones en la construcción, medio millón en el cuidado infantil, 50% de la mano de obra agrícola solo en California-.
Pero que sucede, el gobierno estadounidense se dedica a cazarlos, humillarlos y expulsarlos. No se trata de una “política migratoria estricta”, como la narrativa oficial insiste en maquillar: se trata de una campaña de miedo racializado y muy radical, de una política de expulsión asistida por la invisibilidad.
Las tobilleras electrónicas -que ahora se colocan incluso en las muñecas de mujeres embarazadas- son apenas la punta del iceberg. La vigilancia que se impone desde Washington se desdobla en las sombras con prácticas propias de regímenes autoritarios: detenciones sin identificación, irrupciones nocturnas, redadas en escuelas, supermercados, dispensarios de ayuda.
Y frente a ello, la única respuesta ha venido desde abajo. La Coalición por la Autodefensa de la Comunidad, con más de 60 organizaciones, patrulla las noches de Los Ángeles para proteger a su gente. Son chicanos con ciudadanía estadounidense que decidieron no ser cómplices del miedo. “Yo nací aquí; por eso puedo participar”, dice Francisco Romero, con la claridad que solo da la memoria heredada. No luchan por ideología, sino por lealtad a sus madres, a sus vecinos, a la dignidad que no lleva papeles.
Mientras tanto, Lourdes -una mujer que ha trabajado durante 25 años en la construcción- sale cada día con miedo real, táctil, cotidiano. No le teme a una decisión judicial, sino al golpe en la puerta, a la camioneta con vidrios polarizados, al grito falso de “¡ahí viene la migra!” que desata el pánico entre niños, ancianos e indígenas sin lengua común.


Aquí no hay “casos aislados”. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es la militarización del control migratorio, con rasgos crecientes de privatización del terror y perfiles raciales normalizados. Ya hay demandas. Ya hay ciudadanos estadounidenses detenidos por error. Ya hay psicópatas imitando a los mercenarios porque saben que el sistema les ha abierto la puerta de la impunidad.
Y sin embargo, no todos huyen. Muchos resisten en silencio, como Lourdes, que no marcha ni se deja fotografiar, pero decide quedarse. Esa decisión -personal, política, profunda- es un acto de valentía. Porque hoy, permanecer es también rebelarse.
Frente a la lógica de las tobilleras y los cazafortunas, la comunidad responde con organización. Frente al lenguaje del odio, la respuesta no puede ser solo jurídica ni estadística. Debe ser moral, humana, colectiva.
Porque cuando el poder comienza a premiar la cacería y a silenciar la compasión, es urgente recordarle que migrar no es delito, y que el amor a la tierra propia no desaparece al cruzar una frontera. Más bien, se convierte en una causa.
Se esperaría que el gobierno de México actuara contundente pero sobre todo, serio y coherente; ya lo vimos en la pasada administración con las ocurrencias de AMLO; rifa del avión presidencial, fiestas y cumpleaños en éste, tamaliza de empresarios pasando charola millonaria, tandas del bienestar. En el ámbito internacional con canciones de Chico Che para burlarse de manera ramplona contra organismos, ahora con un sorteo de la lotería nacional a celebrarse hasta el 15 de septiembre -y mientras qué- y en el que se dice habrá recursos para apoyar a migrantes, dinero que como acostumbran se maneja con opacidad y sin demostrar cuentas claras. Rifas, tandas, sorteos… ¿Qué sigue?, acaso alguna kermesse…

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