julio 22, 2025

EU empieza a decir “basta” a las deportaciones masivas de Trump

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Por Daniel Lee Vargas

A seis meses de su regreso a la presidencia, Donald Trump celebra lo que califica como un periodo “trascendental”. Pero las cifras cuentan otra historia: una historia de hartazgo ciudadano ante una estrategia migratoria basada en el miedo, la deshumanización y la violencia institucionalizada. En algún momento esto era de esperarse.
Encuestas recientes de CNN y CBS News revelan un giro significativo en la percepción de los estadounidenses. Más de la mitad de la población considera que las redadas migratorias han ido demasiado lejos, y un creciente número se opone abiertamente a los planes de construcción de centros de detención masiva. La narrativa de “recuperar la nación” mediante la caza del “otro” empieza a perder fuerza entre quienes ven cómo el Estado usa la fuerza no para proteger, sino para castigar.
Trump prometió una “histórica campaña de deportación” y no ha escatimado en calificativos: llamó “animales” y “salvajes” a millones de personas que han contribuido a la economía, al cuidado social y a la diversidad de Estados Unidos. Bajo esa lógica de brutalidad, la política migratoria se ha convertido en espectáculo. Agentes enmascarados detienen en plena calle a padres de familia, trabajadores, jóvenes estudiantes. La escena, grabada y viralizada, no es disuasoria: es más que lastimosa… una verguenza.
Pero esa política del miedo ya no convence. Según CBS, solo el 49% aprueba actualmente las políticas migratorias de Trump, una caída de 10 puntos desde febrero. Entre los independientes, el rechazo alcanza el 59%. No se trata solo de una estadística, sino de una señal clara: incluso dentro de sectores conservadores empieza a cuajar una visión más humana, más racional, más decente.
Es cierto que la base dura del trumpismo sigue respaldando la ofensiva contra los migrantes con fervor casi absoluto (91% de apoyo entre republicanos). Pero es también cierto que esa burbuja ideológica ya no representa el centro moral del país. La idea de que todos los migrantes son criminales, amenazas o invasores es insostenible en el largo plazo. Estados Unidos no puede construirse sobre la humillación del otro, ni sostenerse con centros de detención que recuerdan a los peores momentos del siglo XX.
Trump festeja desde un club de golf, mientras miles de familias migrantes viven con miedo, escondidas, separadas o expulsadas. Celebra su “éxito” en una plataforma que lo aísla de la realidad. Pero la realidad es tozuda: cada vez más ciudadanos estadounidenses están hartos del extremismo.
Lo que está en juego no es solo una política pública. Es el alma de un país. Y hoy, esa alma empieza a rebelarse contra la maquinaria del odio.
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