
El pasado fin de semana, algunas colonias de la Ciudad de México fueron escenario de una protesta que, bajo la consigna de denunciar la “gentrificación”, derivó en expresiones abiertamente xenofóbicas.
Una protesta que pudo haber sido una legítima crítica al modelo de urbanización, terminó por mostrar una faceta preocupante: la del oportunismo populista que prefiere culpar al extranjero antes que revisar las raíces del problema.
Hay que decirlo con claridad: la gentrificación no es el problema, es el resultado de un problema mayor. Es consecuencia de la falta de planeación urbana, de la permisividad ante la especulación inmobiliaria, de la ausencia de políticas públicas que garanticen vivienda digna y asequible y de un modelo de desarrollo urbano que desde hace años privilegia al capital por encima de las comunidades.
El desplazamiento de personas de menores ingresos no ocurre porque lleguen personas de otros países o regiones; ocurre porque las autoridades han sido omisas —o complacientes— con los intereses de quienes transforman el espacio urbano en mercancía. Es más fácil culpar al “extranjero invasor” que asumir la responsabilidad de no haber planificado colonias o barrios equitativos, con acceso real a servicios, empleo, transporte y vivienda digna.
Y lo más paradójico es que la izquierda “incluyente, moderna, humanista y de vanguardia” que hoy se presenta como denunciante, ha sido hegemónica en la capital del país durante los últimos años. Si hay un problema de injusta urbanización, son los mismos que hoy alzan la voz quienes, por acción u omisión, lo han provocado.
Lo que vimos en la protesta de la semana pasada no es un reclamo social auténtico, sino la instrumentalización del malestar. Es el uso político de una inconformidad legítima —el encarecimiento de la vida en la ciudad— para desviar la atención de la verdadera raíz del problema: el fracaso del modelo de planeación urbana y la falta de voluntad política para corregirlo.
En lugar de buscar chivos expiatorios o de dinamitar aun más nuestra relación con los vecinos del norte, la reflexión debería conducirnos a discutir cómo construir una ciudad más justa, incluyente, plural. Donde vivir no sea un privilegio, sino un derecho. Donde el desarrollo no desplace, sino integre. Donde el espacio urbano no se regale al capital, sino se planifique con visión social y humana.
La Ciudad de México merece ese debate. Lo demás, es distracción.