
La asistencia de la presidenta de México a su primera cumbre del G7
terminó retratando los límites
de la diplomacia mexicana en tiempos de la 4T.
El momento cumbre que toda comitiva esperaba -un cara a cara con el presidente de Estados Unidos- simplemente no ocurrió. La Casa Blanca anunció que Donald Trump regresaría de urgencia a Washington y la reunión “se pospondría hasta nuevo aviso.”
Así, la mandataria mexicana volvió a la capital y a las conferencias mañaneras, sin la fotografía bilateral que su oficina había filtrado como “inminente” desde una semana antes.
El desencuentro coincidió con otra decisión que encendió la conversación pública: Sheinbaum voló a Calgary en clase turista de Air Canada -812 dólares el boleto- intentando demostrar “austeridad republicana”, mientras parte de su equipo viajó en un Gulfstream de la Marina, matrícula ANX-2012.
La postal de sencillez se volvió alegoría de simulación: el ahorro simbólico de la presidenta frente al costo real de un jet ejecutivo que despegó vacío de la Ciudad de México para “acompañarla” a la distancia.
Las percepciones de subordinación también se colaron en la agenda. Una imagen viral mostró al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva sujetando con ambas manos el rostro de Sheinbaum antes de la foto oficial; el gesto fue criticado por analistas como un “saludo paternalista” que remarca jerarquías en lugar de empatía.

La presidenta restó importancia al episodio, pero la estampa quedó: México ya no es el mediador latinoamericano que tejía triangulaciones, sino el invitado protocolario que acepta tratos condescendientes.
En términos de resultados, la misión se resume en una cordial reunión con el anfitrión canadiense Mark Carney y un par de fotos de pasillo junto a Emmanuel Macron y Narendra Modi. Nada sobre migración con Estados Unidos, cero avances en la agenda de armas o fentanilo, y, por supuesto, ninguna iniciativa climática para una cumbre que dedicó un día completo a la transición energética.
La diplomacia se alimenta de símbolos: la ausencia de la reunión bilateral, el vuelo “austero” acompañado de un avión militar y la instantánea de sumisión ante Lula proyectan a un país que pierde tracción como interlocutor fiable.
Mientras otros jefes de Estado aprovecharon el foro para anunciar coaliciones sobre IA o financiamiento para Ucrania, México volvió con una postal incómoda y preguntas sin respuesta: ¿qué ganancia concreta obtuvo el país?, ¿cuánto costó la sobreactuada sencillez?, ¿por qué el liderazgo regional de antaño se reduce ahora a la foto que faltó?
La asistencia al G7 que pretendía ser la presentación internacional del segundo piso de la 4T, terminó convirtiéndose en un recordatorio de que la presencia global exige más que buena voluntad y vuelos baratos: necesita agenda, constancia y -sobre todo- resultados medibles que no se encuentren, como el avión oficial, viajando en paralelo, pero fuera del encuadre.