Alejandro Evaristo
Acabo de rasgar las venas. Estoy sentado junto al lavadero en el patio trasero de la casa donde los últimos meses he recibido cobijo y destrozado sueños y futuros esperando lo que sea que sigue ahora.
Junto a una recién aparecida gotera alcanzo a ver un par de abejas zumbando. Supongo desean beber, al fin y al cabo el agua es el ingrediente primordial de la vida y ellas están entre las principales responsables de mantener el ciclo.
Puedo esperar un minuto más. Con un poco de trabajo muevo mi pesada y agonizante humanidad hasta la cocina y busco una tapa o alguna corcholata o algo para poner líquido y colocarla cerca de las macetas donde crecen los frijoles, el aguacate, la hierbabuena, el chile manzano y, mi favorito, un hermoso jazmín que por alguna razón ha logrado sobrevivir a mis olvidos.
En el fregadero hay un montón de trastes sin lavar y creo que no es prudente abandonar así un espacio del que por tanto tiempo y ocasiones recibí los mejores guisos y experimentos culinarios, así que necesito lavatrastos para poder hacer la magia de la limpieza, pero no hay suficiente y hay que ir a comprar.
Salgo hacia el camioncito que vende los artículos de jarciería y en el camino me encuentro a la vecina, la mamá de las dos traviesas chiquillas que andan corriendo tras la mascota tratando de agarrarla. El pequeño Chihuahua se detiene, les ladra y cuando está a punto de ser atrapado corre nuevamente hacia el interior de su casa y se esconde entre los arbustos. Celia sonríe y mira al cielo pidiendo paciencia y agradeciendo a Dios y a la vida a su trío de bendiciones.
Ya estoy esperando que me entreguen el producto y entonces llega la vecina de otra privada a quien nunca había visto. En sus brazos lleva a una bebé que me ve, sonríe, mueve sus bracitos manitas y abraza a mamá mientras hace un nuevo reconocimiento de mi persona y lo concluye con una carcajada de esas que mueven labios y apaciguan tormentas. Milena tiene apenas 10 meses y sus ojitos negros van de las cubetas, al tendero, al parque, al perrito callejero que todos alimentamos y cuya cola mueve al ritmo del agradecimiento porque los animales son salvajes, no desagradecidos.
Estoy de vuelta. La cocina ya está limpia y las abejas tienen agua en la tapa de un frasco. La comparten con mariposas de colores y hasta algunas catarinas rojas y amarillas que se acercan sin miedo al pequeño contenedor colocado entre las plantas.
Tras la barda del patio se escuchan maullidos y la voz de una joven pidiendo a Meli que no se mueva y no tenga miedo. Imagino que necesita ayuda y lanzo mi voz hacia el otro lado preguntando si puedo auxiliar en algo. Me pide que no haga ruido o movimientos bruscos, ya lleva consigo una caja y un pedazo de colcha vieja para colocar a los seis gatitos y llevarlos consigo a casa. La gata duda porque nunca nadie la había tratado tan bien, a la larga se ha acostumbrado y quizá por eso acepta y es la primera en entrar a su cartón y lamer a los pequeños, uno a uno conforme van siendo colocados por las manos adolescentes junto a ella, quien agradece la disposición antes de irse.
Mientras les escucho alejarse recuerdo a Morgan y a Mamba y sigo rechazando la posibilidad de contar con otra compañía similar, al menos no ahora. Quizá en un futuro cada vez más próximo tome la decisión y busque algún cachorrito abandonado o adopte a alguno, aunque tendré el cuidado de que sea de esos que crecen grandotes porque las razas pequeñas requieren cuidados bastante particulares.
Las venas se han secado al sol y las coloco en un recipiente apropiado para mantenerlas listas y poder usarlas cuando haga algún caldito de pollo con harto su limón y cebollita picada. Tal vez hasta con un poco de cilantro para darle ese saborcito que siempre me lleva al recuerdo de los abrazos y el amor de Adelita, mi madrecita santa.
En fin. Las cosas parecen estar ya listas en casa y afuera el sol brilla suficiente todavía como para preparar una hermosa postal al final de este día de descanso. Creo que iré a la parte alta del parque porque la tarde pinta para ofrecer otro gran motivo en el rojo naranja de esta vida sobre los restos del cielo azul que mañana volverá otra vez.
La vida, dicen los agoreros del optimismo, es bella… y tienen razón.