noviembre 23, 2024

Sesiones de ti: Ella quedó en mis ojos

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Alejandro Evaristo

Caminamos bromeando a lo largo de los pasillos en la feria sin dar mayor importancia a los vendedores y el incontable mundo de mercancías exhibidas en mesas, plafones y redes de metal con miles de ganchillos colgando.

Sus 51 años son nada en realidad. Tiene la misma actitud de hace 30, cuando nos encontramos por primera vez compartiendo expectativas profesionales en la misma sala, pero en diferentes escritorios. Desde esa ocasión nos convertimos en buenos colegas y una gran amistad empezó a nacer, aunque luego la vida y sus trajines se encargó de separarnos porque, al parecer, había que cumplir con ciertas experiencias antes de.

Nos encontramos décadas después en un curso de algo relacionado con madera y tallado y construcción autosustentable. Además de estar matriculada, es la representante de una de las empresas proveedoras del material y juro por todos los cielos que fue una verdadera sorpresa el reencuentro. El gusto no podía ser más evidente después de un prolongado abrazo y una sonrisa compartida.

Pasaron dos o tres sesiones en diferentes fechas y a la cuarta, efectuada en un día de descanso, le invité a pasear por la feria de la ciudad. Aceptó sin dudar y nos trasladamos al lugar. Pasamos por el ala dedicada a la venta de artesanías locales, luego fuimos al pabellón comercial y después, entre los juegos mecánicos, por algún extraño accidente nuestras manos se encontraron.

Caminamos así por un rato, luego hice el ridículo en uno de esos juegos trucados de tiro al blanco y ella se divirtió como enana en una carrera de caballos de metal impulsados por una pistola que en lugar de balas enviaba un chorro de agua hacia un círculo del mismo material para impulsar el avance del improbable equino. Los niños y niñas alrededor se divertían con sus ocurrencias y de ningún modo le dieron oportunidad.

Corrimos como nunca para salir de la casa del terror, disfrutamos un espectáculo ecuestre en el ruedo aledaño y también tuvimos oportunidad de admirar danzas tradicionales de la zona norte del estado. Las horas pasaron hasta que dijo sentirse cansada y me ofrecí a acompañarla al sitio donde pernoctaba, a unos tres kilómetros de ahí.

Para salir de las instalaciones feriales debíamos atravesar otra vez por las diferentes áreas. Un puesto en especial nos llamó la atención porque ofrecía música de diversos géneros, épocas y ritmos. Mientras veíamos la oferta discográfica del lugar mi brazo rodeó su espalda y su mano derecha se colgó de mi izquierda en su hombro.

La persona que atendía colocó un nuevo disco en el equipo y empezó a escucharse el Waltz no. 2 de Dmitri Shostakovich. Giró para quedar frente a mí, colocó mi mano en su cintura y bailamos ahí, entre la gente, sin importarnos nada. Comentó que Anna Karenina era una de sus películas favoritas y que aunque no conocía a fondo el trabajo de Tolstoi le había parecido una gran adaptación y la Anna de Keira Knightley era inmejorable. Yo solo había leído la novela y no tenía idea de la cinta.

Lo mejor vino después, cuando al término de la bellísima pieza ella quedó en mis ojos y mis labios en su boca.

Decidimos caminar hasta su destino. Siempre tomados del corazón y aprovechando las oportunidades nocturnas de medias luces y pasos en solitario. Compartimos experiencias, historias, deseos…

A pesar de la época, esta madrugada no ha sido fría y allá afuera, en las calles de esta ciudad por despertar, alguna otra pareja estará pensando lo mismo.

El nosotros compartido ahora decidió, antes del amanecer, usar el servicio de internet y proyectar en la pantalla de la habitación la película dirigida por Joe Wright en aquel lejano 2012.

Ella tiene razón, Anna Karenina es una gran historia y yo lo supe todo el tiempo: el color de su voz a años de distancia es tan hermoso como su piel cuando amanece…

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