Alejandro Evaristo
Uno de los pies se ha rebelado y se resiste a responder las instrucciones dadas por el gran ordenador que habita en mi cabeza. No lo dice porque le ha sido limitada la posibilidad de expresarse, pero está literalmente harto de permanecer atado a un tobillo con el que no mantiene las mejores relaciones porque este, a su vez, está empeñado en debilitarse y trastabillar justo en los momentos de mayor importancia.
Ayer por ejemplo. Mientras avanzaba directo a la sonrisa más hermosa que estos pispiretos ojos hayan visto jamás, el susodicho entró en modo “necio” y no hubo poder humano que le obligara a mantener la vertical para continuar el honroso andar hacia los brazos delgaditos y dispuestos a recibirme. En su lugar permaneció estático, señalando el suelo con la punta de los dedos a través de la cubierta de piel mientras la pantorrilla y la pierna concretaban el movimiento.
¿A dónde llevó eso? Así es. Quien escribe fue obligado a reconocer de cerca, muy de cerca, la increíble capacidad de organización de las hormigas y la enorme cantidad de polvo que puede llegar a acumularse en los pequeñísimos recovecos de una banqueta.
Aunque en un primer momento podría expresar mi absoluto y total descontento en torno al comportamiento de la citada extremidad, la realidad es que de alguna forma le agradezco porque hubo la oportunidad de cercanía y un muy buen recuerdo: cuando traté de reintegrar este hermoso cuerpo a un estado menos deshonroso, tuve la oportunidad de ver muy cerca la resequedad de esos labios carnosos e incitantes y a punto estuvimos de corregir ese pequeño detalle cuando ambos, sin un plan previamente trazado en torno al suceso, nos limitamos a liberar sonora carcajada…
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Entre las coincidencias destaca el placer generado por la incontable cantidad de historias conocidas e imaginadas. De hecho así fue el primer acercamiento.
El escenario fue la sala de espera en la central de autobuses, mientras sostenía un universo de letras apresadas en un montón de hojas encuadernadas. El único lugar disponible para esperar la llegada de alguien que pudiese informar sobre las corridas hacia el occidente del país estaba justo frente a ella. Me pareció atractiva y hasta sexy con sus enormes lentes descansando a media nariz y la coleta en su cabello. La mañana era un tanto fría y, en esta tierra de aires permanentes, el tipo de clima se acentúa, por eso la enorme chamarra de algún tipo de azul, de esas largas acolchonaditas, cubriendo un conjunto deportivo en rosa y blanco.
Era evidente que disfrutaba la lectura, en especial cuando abría un poco más los de por sí enormes ojazos, y hacía todo tipo de gestos sin despegar la vista de la historia.
Curioso como siempre, no pude resistirlo.
- Muy buen día señorita, perdone el atrevimiento y sin afán de molestarle, ¿qué está leyendo?
- Hola. No te preocupes, es “Ella”, una novela de H. Rider Haggard, dijo mientras revisaba la primera página del libro para confirmar la información.
- ¿En serio? La he leído y es buenísima, ¿te confieso algo?, de alguna manera me enamoré perdidamente de Ayesha… ¿en qué parte vas?
- ¿Ayesha? Todavía no llego a ella, apenas estoy en la descripción del viaje… ¿de verdad te gustó tanto? A mí me la recomendaron hace tiempo, aunque en realidad no me llamaba, pero ayer la encontré en un bazar y la compré, me costó 15 pesos…
- Muy económica… me atrevo a decir que ha sido la mejor inversión que has hecho…
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Iliana es dueña de una voz agradable y muy dulce al oído, al menos al mío. Hemos compartido algunos momentos y me ha hecho algunas observaciones en torno a un texto que pretendo enviar a una revista europea. Me gusta cuando sonríe al verme y ella disfruta sin decirlo mis ocurrencias a propósito de cualquier cosa, como aquella primera tarde de sábado al andar en un pasillo bordeado de enormes árboles cuando le hablé de sus sombras unidas gracias al sol en despedida. Me miró con dudas y entonces le hablé del océano y el enorme faro escuchando la voz de las olas en las noches de Chetumal. Alguna vez estuvo allá con quien entonces era su pareja y no tiene buenos recuerdos del viaje, excepto por el sonido del mar golpeando las rocas en la base del lugar que acababa de describirle. Las miradas se cruzaron y las manos se encontraron.
- ¿Te puedo confesar algo?
- Dime…
- Me pareces una mujer muy atractiva y me encanta cuando usas coleta en tu cabello, pero lo que más me gusta de ti es tu nombre…
- ¿Por qué? No tiene nada de especial… es de origen rumano… “la elegida”.
- Bueno, hay muchas otras interpretaciones de acuerdo con la cultura… en griego el significado va más contigo…
- Ah, ¿sí?, ¿cuál es?
- Como el libro que leías cuando nos conocimos… “Ella es la más hermosa”…