Alejandro Evaristo
Regularmente camino con la vista al cielo. Disfruto encontrar a todas esas entidades celestiales atentas a mis pasos y cuidando de ellos. También del sol golpeando con toda su magnificencia el verdadero rostro, el oculto bajo el disfraz de humanidad, mientras alimenta mi recién renovada alma.
¿La lluvia? Todo el tiempo es bienvenida. Tengo la certeza de ser el hijo pródigo de mi universal existencia y por ello recibo toda clase de bendiciones: a veces es el viento y sus caricias, otras son ensoñaciones y epifanías, incluso encantadoras sonrisas en rostros infantiles y siempre, siempre, esos desprendidos pedacitos de cielo llegan a mí para recordarme toda la grandeza de la que formo parte.
Por supuesto, hay situaciones complicadas por enfrentar cada día, pero no es ni factible ni plausible atarse a ellas. Lo mejor es caer en la cuenta de eso, de la oportunidad a nuestro alcance para enfrentarlas y hallar la mejor solución en el momento adecuado, correcto y preciso.
El absoluto “siempre” lo confirma: pasa, todo, siempre otra vez…
***
Anoche encontramos el extremo de un hilo y lo seguimos para darnos cuenta de la enmarañada situación a enfrentar. Pasamos horas siguiendo, analizando, hallando soluciones y envolviendo todo en un viejo carrete de cartón cuyo nuevo espacio está en el cajón de cosas resueltas porque, aunque son pocas, impedían entender con la claridad necesaria.
Ahora hemos decidido enfocarnos en todas esas soluciones esparcidas en los otros muebles, sobre la alfombra y entre los cubiertos de la cocina; es decir, ahí están y es necesario ubicarlas justo en los sitios donde pertenecen para evitar así la torpe y estorbosa acumulación de fichas en este enorme tablero de la vida.
¿Divertida? Lo es. Niegue usted haber sonreído al encontrarla al lado de la taza de café, en la repisa del comedor o incluso frente al espejo mientras se preguntaba cuándo había empezado a envejecer y olvidaba por un segundo el enorme conflicto atado a su realidad. Lo sé, a todos nos pasa.
Luego de avanzar un poco en la divertida tarea tomamos la decisión de descansar y desconectarnos. Nos recostamos y abrimos la cortina para admirar todos esos soles en la distancia pero las nubes decidieron impedirlo. En su lugar, nuestra noche fue acompañada por la estridulación de un nuevo inquilino recargado seguramente en el tallo de mi preciado jazmín. El grillo acompañó la ensoñación hasta la oscuridad total.
Luego hubo agua y nubes rompiéndole, acariciándole.
Recorrimos paisajes de colores indescriptibles y vislumbramos desde nuestra altura el verdadero tamaño de este sentir y fue inmenso, maravilloso.
Ahora recuerdo. Nos preguntamos por ti porque son ya demasiados años y el tiempo corre hacia todos lados y no queremos perder la oportunidad de tu sonrisa esta ocasión.
Entonces una figura difuminada apareció junto a nosotros mientras nos desplazábamos por todo ese azul para pedirnos un poco de paciencia porque está por llegar y alcanzarnos para deslizarse con nuestro viento y estas ansias.
“Todo estará bien”, dijo mientras desaparecía. Puedo jurar que sentí su aliento y sus labios, todos los que soy lo sentimos.
Despertamos, sonreímos y nos preparamos esta mañana nuevamente porque todos tenemos la certeza y lo confirmamos: te espero siempre, como cada vez…