Por Alejandro Evaristo
Cada día despierto sobre una piedra, también con esa sensación de duda permanente desde hace semanas. Por alguna razón he empezado a perder consciencia a propósito del tiempo y en ocasiones hasta del espacio. El punto, si se me pregunta, es esta ansiedad.
Había disminuido antes, recuerdo. Hoy no es así… tampoco los sueños. Regularmente los obvio porque solo me parecen viajes de la mente para permitir el total descanso del cuerpo, por decirlo de la manera más sencilla, por eso solo los dejo llegar, disfruto de esos lugares, situaciones y personas y vuelvo poco antes del amanecer cada día… a menos que haya algún tipo de peligro.
Regularmente estoy en capacidad de controlarlo, al menos lo estaba…
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Un grupo de niños hace lo suyo dentro del salón de clases: desesperar al mentor en turno quien, en respuesta, sonríe para sí porque los pequeños son su mundo.
En el pizarrón hay un tablón superpuesto con números y fórmulas, también fotos de los niños y niñas cuya energía permea el aula en ese momento y una frase: “Gracias a ustedes, nosotros somos”.
En la pared a la izquierda del acceso hay un poster con una serie de imágenes de minerales y piedras diversas, otro con una serie de artilugios propios de un laboratorio y una imagen más relacionada con la importancia de ser fiel a los principios y al compromiso con los demás porque uno nunca está solo y la responsabilidad ahora es con todos.
En la otra pared hay un enorme mueble de madera con una estantería de tamaños diversos. En algunos hay libros, en otros ropa y calzado, también hay utilitarios para el proceso de aprendizaje porque eso es básico en esa aula en la que todos aprenden, al menos están obligados a hacerlo.
Tras los pequeños, una ventana cubierta. Ellos pueden hacer y decir lo que quieran ahí dentro con dos condiciones supremas: uno, eres libre de ser mientras no dañes a los demás con tus palabras o tus hechos; dos, al ver a través de la ventana, bajo ninguna circunstancia, consideres el exterior como el mundo real, tu mundo es aquí ahora, contigo, entre nosotros.
Entre todo el alumnado hay quienes entienden y se reúnen en algún momento cada día en un sitio particular del salón para compartir; otros no prestan atención a las indicaciones, se divierten en un eterno pulular hacia los juegos y las sonrisas, se limitan a “vivir”…
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Desde la tristeza es visible el futuro. Algunas veces es difícil observar a través de las lágrimas pero siempre hay oportunidad de hacerlo. Después de todo el único reto es enjugarlas y atreverse a echar un vistazo allá, fuera del sentir: hay un sol jugueteando entre las nubes, flores de primavera esperando el amanecer de la mirada y viento dispuesto siempre a esconderse entre ese montón de cabellos incontrolables disfrazados de sonrisas. No es suficiente.
Lo sé. No es sencillo. Se piensa en el “¿qué hice mal?” y el peso de la duda es penosamente proporcional a la surgida del “¿y si hubiera…”. Son solo especulaciones, simples y aterradoras especulaciones: a final de cuentas la decisión se decantó por oír otras palabras y no las del alma compartida porque fueron demasiado. Dicen que uno puede enloquecer cuando tanto de algo nos es puesto al alcance y con permisibilidad absoluta para hacer de ello lo que plazca. Es verdad.
Sincronías. Jordan Hart aparece para cantar “I don’t want to let you go”.
El recuerdo danza y la sonrisa llega mientras esas últimas palabras pronunciadas siguen raspando cada milímetro desde el interior para seguir hiriendo; solo hay un espacio protegido y es ahí donde todas esas realidades del pasado han encontrado un buen sitio para guarecerse del olvido, al menos por el momento, aunque siempre hay la posibilidad de actuar y hacerlo si es necesario.
Sí. Cada palabra y hecho fue real… lo sabes, sé que lo sabes…–
LC Aldo Alejandro Evaristo Gómez