Por José Manuel Rueda Smithers

No grita, no golpea, no deja huellas visibles,
pero su sombra es más fría que el invierno.
Pasa de largo ante el llanto ajeno, cierra los ojos
cuando el mundo arde, y se viste de silencio
para no comprometerse…
Poema a la Indiferencia, autor anónimo
La propuesta de México para mediar en el conflicto entre Venezuela y Estados Unidos generó reacciones tan inmediatas como previsibles. No por audaces, sino por rutinarias. Porque en política internacional, cuando un país como el nuestro levanta la mano, lo primero que ocurre no es el diálogo, sino el movimiento de cejas entre las potencias que se saben dueñas del micrófono… y del escenario.
De entrada está Estados Unidos, que hasta el momento ha respondido con una elegante indiferencia a lo planteado por Claudia Sheinbaum. Elegante y muy funcional. Washington no necesita decir “no” cuando puede simplemente no escuchar. Durante más de doscientos años ha perfeccionado esa técnica bajo la Doctrina Monroe (1823), esa pieza de museo que sigue usándose como manual de operación: “América para los americanos”. Traducción libre y actualizada: el hemisferio occidental tiene dueño, y cualquier intento de mediación que no lleve su sello se percibe como una travesura diplomática.
El intervencionismo se justifica solo, se normaliza y hasta se hereda. La propuesta mexicana no incomoda por lo que dice, sino por lo que insinúa: que América Latina aún cree que puede hablarse a sí misma sin permiso.
Luego aparece Rusia, siempre dispuesta a aplaudir cualquier gesto que irrite a Estados Unidos. Moscú celebra la postura mexicana y, de paso, lanza una advertencia sobre lo que podría desatarse si Washington decide invadir Venezuela. Rusia se presenta como guardián del equilibrio mundial, aunque ese equilibrio consista, básicamente, en que el caos ocurra lejos de casa. Su respaldo es estratégico, no solidario; más ajedrez que empatía.
Y finalmente está China. Silenciosa, paciente, casi invisible. Como el chinito del cuento: solo mirando. Pero mirando todo. Pekín no necesita discursos encendidos ni amenazas militares; le basta con tomar nota, hacer cuentas y esperar. Se inclinará hacia donde el beneficio sea mayor, y lo hará con la serenidad de quien sabe que el poder también se ejerce con puertos, carreteras, deuda y contratos a largo plazo. Nada personal, solo negocios… que duran décadas.
Ante este panorama, los analistas preguntan: ¿a cuál de estos escenarios habría que temerle más? La respuesta, poco reconfortante, es que a todos. Porque cada uno, a su manera, mantiene a América Latina suspendida en una tensión que no controla, atrapada entre discursos de soberanía y realidades de dependencia.
Desde una perspectiva cultural, el asunto es todavía más revelador. Nuestra región sigue siendo tratada como territorio de paso, zona de influencia o tablero de ensayo. Y nosotros mismos, a veces, aceptamos el papel: espectadores atentos, comentaristas indignados, pero rara vez autores del guion. Nos gusta pensar que mediamos, cuando en realidad apenas participamos del diálogo.
Tal vez el verdadero conflicto no sea geopolítico, sino simbólico. Mientras las potencias discuten poder, América Latina sigue debatiendo si puede levantar la voz sin que alguien le recuerde su lugar. Y México, fiel a su tradición, insiste en hablar de paz en una mesa donde la cultura del poder sigue entendiendo al mundo como botín… no como conversación.
Y el México actual, sigue sin entender que su papel es exclusivamente simbólico. Es muy claro el contexto ya expresado líneas arriba: Washington no necesita decir “no” cuando puede simplemente no escuchar, y lo hace con casi todos.
…Es un muro invisible que separa corazones, un río quieto
donde se ahogan las voces que piden auxilio.
La indiferencia no mata de un golpe, pero apaga lentamente
la luz de lo humano, hasta que solo queda un eco hueco
en la memoria.
Poema a la Indiferencia, autor anónimo