Por Daniel Lee

Hay figuras que no sólo cuentan su historia: la encarnan, la vuelven espejo y advertencia. Jaime Lucero @JaimeLuceroC —empresario, líder comunitario, presidente de la organización binacional Fuerza Migrante @FuerzaMigrante — es uno de ellos. Su vida es una crónica viva de lo que significa ser mexicano en Estados Unidos: sobrevivencia, desgaste, resistencia, y la eterna búsqueda de un lugar en un país que se beneficia del trabajo migrante pero no está dispuesto a reconocer plenamente su dignidad.
Lucero lo dijo sin rodeos en su entrevista con Carlos Loret de Mola en W Radio:
“No han mejorado las condiciones para los migrantes; han empeorado… muchos de nosotros llegamos allá sin saber cómo funciona la vida; lo primero es sobrevivir.”
Su afirmación rompe con la narrativa triunfalista que durante años se ha contado desde ambos lados de la frontera. La historia oficial habla de oportunidades, superación y “el sueño”. La historia real —la que millones viven a diario— es más cruda: se migra no para subir, sino para no caer. Se migra porque México expulsa más de lo que protege.
La biografía como denuncia
“Un nahual en el imperio”, el libro que relata su vida y su lucha por los derechos políticos de la diáspora mexicana, no es sólo un testimonio personal: es el retrato de un sistema que exige heroicidad para simplemente existir.
Dejó Puebla sin saber inglés, sin red, sin permisos; trabajó seis años en un restaurante; ahorró lo suficiente para comprar un camión descompuesto, que se convirtió en la puerta a la industria de distribución de telas… una industria dominada por la última gran familia de la mafia.
Fue amenazado, presionado, empujado a renunciar. Pero no lo hizo.
Negoció, resistió y salió adelante gracias a otros choferes mexicanos que, como él, estaban buscando un camino propio.
Su segundo gran impulso ocurrió cuando volvió a México a invertir, abriendo una maquiladora con cuatro mil empleados. Dejó claro que el migrante no es sólo fuerza laboral: es inversión, es desarrollo, es innovación, es economía transfronteriza.
Y aun así, pese a los logros, su diagnóstico del presente es duro en realidad: la situación del migrante mexicano hoy es peor que cuando él llegó hace décadas.
El presente: la tormenta perfecta
Lucero no habla desde la teoría; habla desde la vivencia acumulada por millones. Lo que describe coincide con la realidad que hoy se siente en ciudades de Texas, Carolina del Norte, Georgia, Florida, Nueva Jersey o California:
Redadas más frecuentes.
Legislaciones estatales que criminalizan la vida cotidiana del indocumentado.
Retenes que funcionan como “filtros raciales”.
Estafadores que se aprovechan del miedo.
Agencias federales con más atribuciones y menos transparencia.
El migrante mexicano vive hoy entre operativos, desinformación y una economía que sube costos pero no salarios. El hambre volvió a ser un factor migratorio y el miedo volvió a ser una rutina.
Fuerza Migrante: política, educación y poder
Lucero insiste en algo fundamental:
sin poder político, el migrante siempre será vulnerable.
Por eso creó Fuerza Migrante @FuerzaMigrante hace siete años, una plataforma que busca articular organizaciones de Estados Unidos y México para construir educación, liderazgo, economía y representación política real.
Su visión es clara: el migrante mexicano debe pasar de ser mano de obra a ser mano que decide.
Es un planteamiento radical en un país que se siente cómodo recibiendo remesas, pero incómodo reconociendo derechos.
Lo que Lucero revela de México
La historia de Lucero señala otra tragedia:
México no ha estado a la altura de su diáspora.
Los consulados atienden pero no protegen.
Las políticas existen pero no previenen.
El gobierno aplaude las remesas pero no garantiza que sus ciudadanos vivan sin miedo fuera del país.
México celebra al migrante cuando manda dólares, pero lo abandona cuando lo deportan.
Esa contradicción —que Lucero experimentó en carne propia— es el corazón de la crisis migratoria mexicana: un país que expulsa por necesidad y recibe por conveniencia.
El mensaje detrás del “nahual”
El nahual, en la tradición mesoamericana, es quien se transforma para sobrevivir. Lucero lo fue: cambió piel, oficio, estado migratorio, identidad empresarial, pero nunca renunció a su origen ni a su comunidad.
Su historia no es excepción: millones de mexicanos en EE. UU. son nahuales sin querer serlo. Se transforman para comer, para mandar dinero, para mantener vivo un país que no los pudo retener.
El verdadero desafío, y aquí está la fuerza editorial de su mensaje, es que esa transformación ya no alcance. La agresividad institucional contra los migrantes ha escalado al grado de que la sobrevivencia ya no se resuelve con esfuerzo individual, sino con política, derechos y poder colectivo.
Lo que México debe aprender
El caso de Jaime Lucero debería ser leído en Palacio Nacional en Gobernación, en Relaciones Exteriores y en cada Congreso estatal.
Debería incomodar.
Porque dice la verdad que nadie quiere aceptar:
Los migrantes mexicanos son la fuerza económica más poderosa que México no sabe defender.
Son los trabajadores, inversionistas, empresarios, estudiantes y líderes que este país expulsó por falta de oportunidades. Son, al mismo tiempo, la red financiera que sostiene economía local tras economía local.
Y hoy están frente a un clima hostil que no muestra señales de mejorar.
La diáspora exige política, no discursos
La vida de Jaime Lucero demuestra que los migrantes mexicanos tienen talento, capacidad económica, resiliencia y, sobre todo, poder político todavía subutilizado.
Pero también revela algo más incómodo:
que la protección del migrante no puede depender de héroes individuales.
No todos podrán ser nahuales.
La diáspora necesita derechos, instituciones, representatividad y un Estado que asuma su responsabilidad más allá de las remesas.
La pregunta ya no es si México debe actuar.
La pregunta es cuánto tiempo más se permitirá que millones de mexicanos sobrevivan en el imperio sin que el país que los vio nacer los defienda como merecen. ¿Usted qué opina estimado lector?
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