diciembre 02, 2025

¿Trabajar menos para vivir mejor? El salario mínimo y la jornada de 40 horas en la encrucijada mexicana

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Por: Julio De Jesús Ramos García

El debate sobre el salario mínimo para 2026 y la reducción de la jornada laboral a 40 horas vuelve a colocar en el centro una discusión que México ha pospuesto por décadas: ¿qué significa realmente tener un empleo digno en un país donde millones trabajan mucho, ganan poco y viven con agotamiento permanente?

En este mes se definirá el aumento al salario mínimo para 2026, mientras que la reforma laboral que busca reducir la jornada de 48 a 40 horas semanales será discutida el próximo año. Ambas decisiones, aunque independientes, están profundamente entrelazadas: cualquiera de las dos, por sí sola, podría cambiar la vida cotidiana de millones; juntas, podrían redefinir por completo la relación entre productividad, bienestar y desarrollo económico en México.

Si bien los incrementos sostenidos al salario mínimo durante la última década han logrado recuperar parte del poder adquisitivo perdido desde los noventa, la realidad sigue siendo contundente: para millones de trabajadores formales e informales, el ingreso sigue siendo insuficiente para cubrir una canasta de bienestar realista. En un contexto de inflación persistente en alimentos, transporte y vivienda, la presión social para un aumento por encima de la expectativa empresarial es comprensible. El gobierno ha insistido en que, hacia 2030, el salario mínimo debería alcanzar el equivalente a 2.5 canastas básicas por trabajador. La pregunta es cómo lograrlo sin desestabilizar al sector productivo.

La propuesta de reducir la jornada laboral a 40 horas sin disminuir el salario parte de una premisa simple pero poderosa: el tiempo libre también es un derecho. La evidencia internacional muestra que trabajar menos puede elevar la productividad por hora, mejorar la salud, reducir ausentismo y estimular la innovación organizacional. Pero México parte de una realidad distinta: largas jornadas, poca supervisión laboral y baja productividad relativa.

Al respecto apreciables lectores, para millones de personas que trabajan más de 48 horas semanales, la reforma representaría un cambio de vida: más tiempo para la familia, el descanso, el estudio o la salud personal. Y sin embargo, el entusiasmo social convive con el temor empresarial, especialmente entre PYMES que operan con márgenes reducidos y riesgos de sobrecarga operativa.

Y, sin embargo, ignorar la discusión no es opción. México no puede aspirar a una economía moderna con una estructura laboral del siglo pasado. La pregunta no es si debe ocurrir el cambio, sino cómo hacerlo sin fracturar el tejido productivo.

Tanto el aumento salarial como la jornada de 40 horas son medidas que, bien diseñadas, podrían mejorar la vida de millones y fortalecer el mercado interno. Pero requieren inteligencia pública, gradualidad y acompañamiento estratégico.

En mi opinión, primero, el país necesita un aumento al salario mínimo que equilibre justicia laboral con viabilidad económica. No se trata de dar saltos sin red, sino de avanzar con claridad hacia un ingreso digno que permita vivir, no solo sobrevivir. Segundo, la reducción de jornada debe implementarse de manera gradual, sectorizada y con un programa de apoyo a PYMES. Toda transición que no reconozca la realidad operativa de las pequeñas empresas está destinada al choque. Tercero, el Estado debe asumir un papel activo: supervisar, acompañar, subsidiar en momentos críticos y garantizar que ningún trabajador pierda derechos o ingresos durante la transición.

Finalmente, hace falta un acuerdo nacional entre empleadores, sindicatos y gobierno. Sin diálogo social, cualquier reforma quedará incompleta o será fuente de conflicto. México tiene enfrente una oportunidad histórica. El aumento al salario mínimo y la reducción de la jornada laboral no son concesiones ni gestos políticos: son decisiones que pueden elevar la calidad de vida, reducir desigualdades y modernizar la economía. Pero la transformación solo será posible si se construye con responsabilidad, técnica y consenso.

Si se hace correctamente, será una reforma que merecerá llamarse histórica porque no solo cambiará cuanto se trabaja, sino cómo se vive.

Con fraternidad aprovecho el espacio también, para felicitar a todas las personas que laboran en Cadena Política por su 11 aniversario, en especial al CEO Fausto Muciño Durán.

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