noviembre 13, 2025

La marcha del 15 de noviembre y el espejo incómodo para la 4T

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La política mexicana tiene una larga tradición de movimientos sociales surgidos desde el dolor, la indignación o la sensación de abandono. Pero pocas veces un evento ha catalizado, tan rápidamente, una expresión generacional como lo que hoy se atribuye —con acierto o con oportunismo— a la llamada “Generación Z, convocada a marchar el próximo 15 de noviembre.

El origen inmediato es tan lamentable como revelador: el asesinato del alcalde de Uruapan, un hecho que volvió a evidenciar la incapacidad del Estado para desactivar la espiral de violencia que asfixia al país desde hace dos décadas. Pero la marcha no es solo una reacción al crimen; es un grito acumulado por años de frustración, precariedad y desencanto hacia un gobierno que prometió transformar la vida pública, pero que hoy parece más preocupado por controlar el relato que por corregir los resultados.

La narrativa que se resquebraja

El gobierno de la 4T ha apostado, desde su origen, por la narrativa del pueblo consciente frente a las élites distorsionadoras. Sin embargo, esta marcha rompe el molde: no la convoca la oposición tradicional, ni los sindicatos, ni los organismos empresariales, ni los viejos liderazgos estudiantiles. Surge —al menos en apariencia— desde espacios digitales que suelen ser ajenos a la lógica partidista: TikTok, Instagram, X, Discord, Telegram.

Lo que debería preocupar a Palacio Nacional no es el tamaño de la convocatoria, sino el símbolo: la irrupción de jóvenes que crecieron escuchando promesas de cambio y que hoy constatan que la inseguridad, lejos de disminuir, se ha vuelto un paisaje cotidiano. Una generación que no vio la transición del 2000 ni la alternancia de 2012; que no arrastra los traumas de las viejas disputas partidistas; que no se traga el discurso de que todo está mejor porque así lo dicen las conferencias mañaneras.

Del duelo a la politización

La tragedia de Uruapan no es un caso aislado. Pero en un país fatigado por la violencia, hubo algo en este asesinato que desbordó la línea roja: un alcalde ejecutado a pesar de las advertencias, de sus llmados de auxilio y de la aparente protección del gobierno federal a través de la SEDENA, en un contexto donde las autoridades locales están atrapada entre gobiernos estatales débiles y grupos criminales cada vez más territoriales.

Ese crimen abrió una herida generacional: la sensación de que no hay instituciones capaces de proteger ni a sus propios operadores políticos, mucho menos al ciudadano común.

La marcha, en este sentido, no es espontaneidad pura; es politización acelerada. Y cuando una generación se politiza desde el enojo y la incertidumbre, la historia muestra que no hay narrativa gubernamental que pueda contenerla fácilmente.

La apuesta riesgosa del gobierno

Frente a este fenómeno, el gobierno ha respondido con dos estrategias ya conocidas:

  • Minimizar la marcha.
  • Descalificarla acusando manipulación.

El problema es que ese repertorio —que en el pasado funcionó frente a movimientos opositores visibles— no opera igual con una generación hiperconectada que no necesita líderes formales para organizarse. Cuando los jóvenes perciben que el poder no solo les falla, sino que además no les escucha, la indignación se vuelve movimiento.

Y aquí se juega algo crucial para la 4T: la preservación de una narrativa que depende de sostener la idea de que el pueblo está con ellos. Si la juventud empieza a desafiar ese relato, estamos ante un cambio profundo en el clima político nacional.

¿Puede desestabilizar la narrativa oficial?

Sí. Y no por el tamaño de la marcha —que aún es un misterio— sino porque representa un nuevo tipo de actor político:

sin filiación partidista clara, sin liderazgos tradicionales, sin miedo a la confrontación digital, sin lealtades ideológicas heredadas.

Un actor que puede alterar tendencias, conversaciones y percepciones mucho más rápido que cualquier actor político tradicional.

Si la 4T pierde a la generación que supuestamente crecería viendo sus logros, pierde algo más profundo que una marcha:pierde futuro.

Un país que necesita duelo, no propaganda

La muerte del alcalde de Uruapan debería haber sido un momento de unidad nacional, de reconocimiento de un fracaso institucional compartido y de replanteamiento de estrategias de seguridad. En lugar de eso, se convirtió en un catalizador de polarización generacional.

Quizá por eso esta marcha —independientemente de quién la haya iniciado— se siente distinta: porque no exige grandes teorías, ni reformas estructurales, ni promesas grandilocuentes. Exige algo básico: vivir sin miedo.Y cuando la demanda esencial de una generación es que el Estado garantice lo mínimo —la vida—, es señal inequívoca de que algo ha fallado mucho antes.

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