Por Carlos Mota Galván
De tal palo, tal astilla
Reza un adagio popular: “El tiempo no miente ni perdona pues siempre termina por desnudar lo falso”, y tal parece que una vez más, tal aseveración ha exhibido a quienes valiéndose de la inconformidad de los más, les han traicionado con sus pretendidos proyectos de cambio que solo han evidenciado un beneficio particular y su falta de capacidad para operar los cambios que prometieron.
Era indudable que esta amalgama de intereses particulares reunidos en torno a un partido politico, difícilmente podrían dar resultados satisfactorios a sus votantes saliendo muy caro los tres mil 100 pesos mensuales que entregan ante la destrucción de las instituciones, la corrupción, la falta de medicinas y el endeudamiento que han generado, ni hablar de la violencia que han permitido se recrudezca por todo el país, y cuyos resultados hoy, son el amargo despertar de muchos que ya no atinan a cómo justificar su ineptitud.
El culpar al pasado señalando al expresidente Calderón (cuyo mandato terminó hace ya 13 años), del reguero de sangre que vivimos, es tan absurdo como el pretender minimizar el repudio social por el crimen cometido contra el presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, victimizándose ahora por los reclamos a su administración, alegando ser orquestados por la ultraderecha nacional y no por el pueblo “bueno” que le ama, tal y como lo hizo López Obrador en el pasado, quien nunca aceptó ninguna responsabilidad ante sus muchos errores.
No sé cuánto durará la indignación social por este crimen, pero si sé que la presidenta y su administración en general, ya recibieron el acuse del costo político por su negligencia; el llamar buitres y carroñeros a quienes los critican por su pésimo desempeño, fue el colmo y con ello se desató un maremagnum que no solo se expresó con gritos e insultos a autoridades locales y federales (bueno hasta una cachetada recibió el gobernador michoacano), sino con infinidad de severas críticas digitales e impresas en México y otros medios del mundo.
El asesinato de Manzo no es el único que se registra en Michoacán durante la administración de su actual gobernador, Alfredo Ramírez Bedolla, otros 6 le precedieron, sin que se haga nada por controlarlos, en tanto, a nivel federal en este, su primer año, Sheinbaum ya acumula 10 ejecuciones de alcaldes en el país, tres de ellas correspondientes a las descritas para el estado purépecha, anteriormente. Ahora bien, este
crimen que se suma al de Bernardo Bravo, líder de los limoneros, y otros más, de ciudadanos acosados por el crimen organizado, bien pudiera convertirse en aquel que marque definitivamente la gestión de la actual administración federal, el costo es muy alto y más lo será en la medida en que pretendan seguir negando lo fallida que resulta su política de seguridad en el país.
La estrategia para dar vuelta a la página por parte de los corifeos de la 4t ha fracasado rotundamente, sus intentos de que se hable de otros temas como el acoso que sufrió Sheinbaum afuera de palacio y que después se reprodujo en dos mujeres más que deambulaban por la zona sería muy lamentable, de ser cierto, pero este hecho expone dos cosas, o todo fue un teatro montado para dirigir la opinión pública a otras cosas o la seguridad presidencial está más que comprometida por no saber hacer su trabajo.
Lo mismo que pasó cuando diversos medios presionaban a la presidenta cuando le preguntaron respecto al porqué de la falta de seguridad que tenía Carlos Manzo y que ella salió presurosa a atajar hablando de los 14 integrantes de la guardia nacional que le acompañaban permanentemente, entonces, es legítimo preguntarse, ¿qué pasó realmente para que este hecho se presentara contando con elementos tan bien adiestrados en su función?
Una cosa queda clara, el asesinato artero de Carlos Manzo ventila varias cosas, el crimen organizado es quien asume realmente el poder en México, la última palabra la tienen ellos y no hay autoridad que les obligue a actuar diferente, muchos han preferido aliarse con ellos y sacar provecho de la relación antes que enfrentarlos en apego a un supuesto respeto al derecho, cuando este lo han acomodado para servirse de él. López Obrador solía sentenciar: “no despierten al tigre” para referirse a una posible reacción popular contra quienes gobiernan, por sus acciones. Qué ironía, tal vez sean ellos los que lo están haciendo; algunos gruñidos, por lo menos, parecen empezarse a escuchar.