
Por Daniel Lee

En el mapa invisible de la migración mexicana hay una tragedia que se repite cada día: miles de connacionales son deportados desde Estados Unidos hacia un país que ya no sienten como suyo. Más de 269,000 mexicanos han sido retornados en los últimos meses, y detrás de cada cifra hay historias de desarraigo, desempleo y abandono institucional. Regresan con las manos vacías, expulsados del sueño americano y sin cabida en la realidad mexicana.
El gobierno federal presume el programa “México te Abraza”, una iniciativa que busca ofrecer servicios básicos de atención y reinserción. Sin embargo, aunque el subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación (Segob), Félix Arturo Medina Padilla informó que se han brindado más de 236,000 servicios, incluyendo alimentos, atención médica, apoyo psicológico y tarjetas paisano, la magnitud del problema supera por mucho la respuesta oficial.
Las ayudas, reconocen los propios beneficiarios y las organizaciones civiles, son fragmentarias y temporales. México abraza, sí, pero no sostiene.
Las cifras son elocuentes. Más de 56,000 deportados entre enero y junio de este año y una tendencia al alza que, según Alejandro Romero, vicepresidente del Colegio de Economistas de Sonora, podría llevar las deportaciones a más de 120,000 hacia fin de año.
Esa presión se sentirá donde menos margen hay: en las ciudades fronterizas, donde el mercado laboral está saturado, el empleo formal se encuentra en su nivel más bajo desde 2020 y los recursos públicos apenas alcanzan para sostener los servicios básicos.
No se trata solo de una coyuntura, es una bomba social en gestación. Cada repatriado que no logra reintegrarse al trabajo o a su comunidad es una historia que se traduce en frustración, precariedad o incluso migración de retorno.
Las regiones del norte se convertirán, si nada cambia, en cinturones de sobrevivencia temporal, donde el empleo informal y la inseguridad serán la única puerta de entrada.
México no puede seguir recibiendo deportados con la lógica de la emergencia. Se requiere planificación estructural: una estrategia interinstitucional que combine políticas laborales, programas de vivienda, incentivos a la contratación de repatriados y coordinación real con los gobiernos estatales. Lo contrario sería aceptar una doble derrota: perder a los mexicanos por falta de oportunidades y volver a perderlos cuando regresan sin un lugar donde empezar de nuevo.
El drama migratorio -SÍ ASÍ LO DIGO- no termina en la frontera. Empieza cuando el país de origen no sabe qué hacer con sus propios hijos de regreso. “México te Abraza” debe dejar de ser un eslogan y convertirse en una política de Estado, con presupuesto, metas y compromiso real. Porque abrazar sin sostener es apenas un gesto; y los gestos, en tiempos de crisis, no bastan para reconstruir una vida.
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