
Por Daniel Lee

La Independencia de México nació del grito de un pueblo que decidió no callar. Sin embargo, en 2025, en pleno corazón de Estados Unidos, ese grito fue sofocado no por la nostalgia o la distancia, sino por el miedo.
La política antiinmigrante de Donald Trump, reforzada con redadas masivas y la presencia de la Guardia Nacional en ciudades con fuerte población mexicana, convirtió las fiestas patrias en escenarios de ausencias, cancelaciones y celebraciones en la penumbra.
En Chicago, donde durante años se respiró el orgullo tricolor en Grant Park y en las calles de Pilsen, el vacío fue el invitado principal.
En Waukegan, el desfile quedó suspendido. En Sacramento, el silencio reemplazó la música de los mariachis. En Los Ángeles, la capital cultural del exilio mexicano, apenas un desfile resistió, protegido por guardias privados y el respaldo del consulado. El resto se diluyó en la incertidumbre de quienes decidieron no exponerse.
¿De qué sirve un “Viva México” si la comunidad mexicana en EU tiene que esconderse para pronunciarlo?
La paradoja es cruel: el país que se proclama tierra de libertades se convierte en un lugar donde la identidad cultural se reprime bajo la amenaza de redadas migratorias. La celebración de la Independencia —símbolo de dignidad y resistencia— fue reducida a un acto de riesgo.
Las cifras no engañan. Según encuestas recientes, el respaldo de los latinos a Trump se erosiona aceleradamente. Entre los jóvenes, dos de cada tres reprueban su gestión.
La razón es clara: las redadas no son solo un operativo policial; son un mensaje político que criminaliza la existencia del migrante. Y ese mensaje cala, fractura, siembra miedo y, al mismo tiempo, siembra rabia.
Pero ahí donde el miedo avanza, también germina la memoria. El desfile en East L.A., con sus 79 años de historia, fue mucho más que un acto folclórico: fue resistencia cultural, una declaración de que la mexicanidad no se borra con redadas ni se intimida con soldados. Fue un recordatorio de que, aunque quieran apagar el grito, las voces migrantes no dejarán de resonar.
Hoy, más que nunca, celebrar la Independencia en el exilio es un acto político. No se trata solo de cantar el himno o ondear la bandera; se trata de reivindicar el derecho a existir sin miedo, de defender la cultura como refugio y como trinchera.
Si Hidalgo gritó “¡Viva México!” en 1810 frente a un imperio, hoy la diáspora mexicana lo hace en silencio, enfrentando otro: el de la xenofobia institucionalizada.
El reto es enorme: recuperar la confianza, volver a las calles, transformar el miedo en organización y la celebración en resistencia. Porque la historia nos recuerda que la libertad no se regala, se conquista. Y mientras un solo migrante tema celebrar su identidad, la lucha por la verdadera independencia sigue pendiente.
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