
Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
Peor aún, en la administración del
primer piso de la 4T, el Ejecutivo buscó
cualquier pretexto para rendir informes.

En los tiempos del partido casi único, aquéllos de la aplanadora tricolor, los usos y costumbres de la ceremonia del informe presidencial, procuraban un entorno en el que la atención política y social se concentraba en el informe que, constitucionalmente, el Primer Mandatario, debería rendir, el primero de septiembre, sobre “el estado general que guarda la administración pública del país” (Art. 69, Constitución), ante el Congreso de la Unión.
Existía entonces la instrucción, no escrita, que, durante gran parte del mes de agosto, la información de las dependencias oficiales se limitara a lo indispensable, para que nada opacara la expectativa del informe ni la importancia de la ceremonia correspondiente. Era lo que se conocía como el día del presidente.
Se buscaba que el evento se diera en un clima de paz política y social, objetivo que se logró, casi siempre, hasta que la apertura democrática hizo posible la llegada de fuerzas de oposición al Congreso. Entonces, las cosas cambiaron de manera radical. Tras varios enfrentamientos, en los que las oposiciones llegaron hasta impedir que el Presidente en turno pudiera presentarse en el recinto legislativo para entregar su informe escrito, se buscó reformar la Constitución, eliminando la obligación del Jefe del Ejecutivo de asistir a la apertura de sesiones del Congreso. Actualmente, el documento lo entrega un representante del Presidente, ahora Presidenta, al Congreso y lo recibe la presidencia de la Cámara de Diputados.
El ambiente del informe presidencial ha cambiado, particularmente a partir de los gobiernos de la 4T. En primer lugar, la costumbre de las mañaneras, impuesta en el gobierno anterior, prácticamente, acabó con el interés del informe anual, pues todos los días, o casi, el Jefe del Ejecutivo utilizó la tribuna mañanera para hacer propaganda de sus obras y sus logros, con lo que el informe presidencial tradicional, resultó un compendio de las sesiones mañaneras. Nada nuevo que informar.
Peor aún, en la administración del primer piso de la 4T, el Ejecutivo buscó cualquier pretexto para rendir informes. Solo en su primer año, presentó tres. El primero, al cumplir los primeros cien días de su mandato; el segundo, con motivo del primer aniversario de su triunfo electoral, y el tercero, el oficial, del primero de septiembre. Entregado al Congreso, y rendido a un selecto grupo de invitados en Palacio Nacional. Sin nada de pluralismos que pudieran importunar.
El nuevo gobierno, repite la costumbre del pasado reciente, por aquello de la mañaneras cotidianas, lo que necesariamente afecta el peso y contenido del informe presidencial. Celebramos, al menos, que no haya continuado con la multiplicación de informes.
Pero en contraste de lo que mencionábamos sobre los usos y costumbres del pasado para un clima sin estridencias, como contexto deseado para el informe presidencial, en esta ocasión lo que precedió al evento de la Presidenta Claudia Sheinbaum, fue lo más contrario a lo deseable. Apenas unas semanas antes del evento, una rebelión en la granja entre cuatroteros decididos a disfrutar las mieles del poder y sus derivados, pintó de cuerpo entero de que están hechos algunos de sus próceres y cuál es su auténtico ADN.
Por lo pronto, rebeldes a los principios de austeridad y humildad que consignan los principios del movimiento que los llevó al poder, tropezaron al tratar de justificar elevados dispendios, que difícilmente podían cubrir con sus ingresos declarados. Unos, con viajes turísticos, propios de los criticados fifis del pasado y otros haciendo ostentación de sus lujos, joyas, automóviles, ropa de marca y propiedades inmobiliarias. Atención, en todos los casos dados a conocer, fueron ellos mismos quienes hicieron pública la información en sus redes sociales. Como aspiracionistas a influencers, muy preocupados por demostrar su nuevo status económico.
Pero los escándalos no terminaron ni el mismo día del informe. Sin prudencia y ningún respeto a la Presidenta, en la Cámara de Diputados, los radicales de Morena intentaron desconocer el acuerdo de entregar, la presidencia de la Cámara, a la segunda fuerza política, en este caso al PAN. Algo regulado por la ley interna del Congreso. Su argumento, que no les gustaban los candidatos propuestos, porque se trataba de legisladores críticos de la gestión de la Presidenta y no garantizaban institucionalidad. Finalmente, la sensatez y los buenos oficios se impusieron y se eligió a la diputada panista Kenia López Rabadán, para presidir la Mesa Directiva de la Cámara Baja.
Y es que el argumento de rechazo era un absurdo. Si se trata de un partido de oposición, no es de esperar que le echen flores a la Mandataria. Supongo que, más bien, tras el mal ejemplo y pésimo desempeño como presidente del Senado del impresentable Gerardo Fernández Noroña, con todo y su infeliz final, estaban temerosos de que el PAN repitiera la historia del senador y se querían curar en salud.
A los del PAN les tocaría decir, como el clásico, no somos iguales.
Septiembre 4 de 2025