
Por José Manuel Rueda Smithers

Me distraje, y cuando abrí los ojos
Ya estaba en un camino sin retorno.
Poema Distracción, de Eli R.
La política mexicana, además de ser costosa, tiene la extraña virtud de convertirse en teatro barato. Lo sucedido en el Senado de la República entre Gerardo Fernández Noroña y Alejandro Moreno no fue un debate: fue un sketch de carpa, con gritos, aspavientos y frases dignas de una telenovela de medianoche. Y como en toda mala función, la trama no importa tanto como el ruido que haga.
Pareciera que no se trató de un arranque espontáneo, sino de un libreto pensado para mantenernos entretenidos mientras, detrás del telón, ocurren los verdaderos dramas. Al fin y al cabo, un espectáculo así es más digerible que hablar de corrupción, violencia o impunidad.
Porque, seamos francos: ¿qué pesa más en los titulares, un insulto lanzado en cadena nacional o los cientos de millones de pesos que Cuauhtémoc Blanco habría desviado durante su paso como gobernador de Morelos? ¿Qué genera más morbo, la pose indignada de un legislador o las acusaciones de maltrato a mujeres contra el mismo Blanco?
Lo mismo pasa con los rumores que rodean a Adán Augusto López y sus presuntos vínculos con La Barredora. En cualquier democracia sólida, eso bastaría para prender las alarmas. Aquí, en cambio, se agradece a los protagonistas del Senado que se tomen unos minutos para hacer ruido y regalarle a la opinión pública su distracción semanal.
Y su defensa por no ser iguales a los de antes, radica en que en los sexenios no morenistas, quien fallaba perdía el empleo y se le linchaba en los medios. Ahora, solo cambian de tema, pensando que con eso se resuelven las corruptelas.
Mientras tanto, el Tren Maya sigue devorando presupuesto, destruyendo ecosistemas y levantando sospechas de corrupción. La violencia se multiplica como plaga bíblica. Los “etcéteras” se acumulan en una lista interminable. Pero no hay problema: el Congreso se encarga de montar su ring y de lanzarse indirectas que no cambian nada, pero suenan fuerte.
El truco es viejo: una cortina de humo necesita humo, no fondo. Y ahí están nuestros actores legislativos, fabricando nubes a pulmón abierto. Eso sí, sin olvidar los gestos dramáticos, porque el público paga -con impuestos- por lo menos un poco de espectáculo.
La gran incógnita es hasta cuándo seguiremos como espectadores cautivos, aplaudiendo o abucheando peleas de utilería, mientras la verdadera obra -esa en la que se juega el futuro del país- permanece oculta tras bambalinas. Y eso, se resolverá en las urnas, cuando así se logre un verdadera concientización hasta quitar lo podrido.
Quizá el Senado no sea un parlamento, sino un teatro de revista. Y sus integrantes, más que legisladores, parecen cómicos de ocasión: muy buenos para hacernos olvidar lo importante, pésimos para resolverlo.
En este caso en concreto ambos gladiadores (y se usa la palabra para ayudarles un poco en el adorno), están urgidos de reflectores, de publicidad que llame la atención y jalar entonces, agua para sus molinos, por poca que esta sea, y les llegue o no al tinaco personal.