
Por Daniel Lee
Durante décadas, la narrativa oficial en México ha pintado la migración hacia Estados Unidos como una historia de éxito: trabajo duro, remesas constantes y una vida mejor. Sin embargo, los datos actuales revelan una verdad muy distinta. Y aquí algunos datos: 16 % de las personas de origen mexicano en Estados Unidos vive en pobreza, es decir, 6.6 millones de personas que, pese a su esfuerzo, no logran salir de la precariedad.
El Anuario de Migración y Remesas 2024 de Conapo y BBVA México deja claro que la pobreza no solo afecta a quienes acaban de cruzar la frontera. Entre los afectados hay 2.19 millones de migrantes de primera generación y cerca de dos millones de tercera generación, hijos y nietos de mexicanos nacidos en EE. UU., que siguen atrapados en el ciclo de desigualdad.
Si bien la tercera generación presenta una menor incidencia de pobreza, la segunda –nacida ya en Estados Unidos, pero con padres migrantes– enfrenta mayor presión económica, con altos niveles de dependencia familiar y un mercado laboral que los encasilla en sectores mal pagados.
El costo de vida en las ciudades con más presencia mexicana –como Los Ángeles, Houston o Chicago– ha subido de manera mucho más rápida que los salarios, dejando a miles de familias con la paradoja de vivir en el país más rico del mundo sin poder cubrir lo básico.
Geografía de la desigualdad
39.1 % de los migrantes pobres de primera generación vive en el oeste (California, Washington, Nevada, Oregón, Hawái y Alaska).
30.2 % está en el suroeste, que incluye Texas y Arizona.
15.8 % habita el sureste.
En estas regiones predominan actividades como la agricultura, la construcción, el transporte y los servicios, donde los mexicanos son fuerza laboral esencial pero reciben los salarios más bajos y las peores condiciones.
Brecha salarial: origen y género
En 2024, el ingreso promedio anual fue:
Mujeres de primera generación: 35 612 USD.
Mujeres de tercera generación: 46 433 USD.
Hombres de primera generación: 43 810 USD.
Hombres de tercera generación: 61 000 USD.
Esta diferencia no solo muestra la desigualdad de género, sino que expone una discriminación estructural que no desaparece con la integración cultural o el tiempo de residencia.
Y más allá de las remesas: vidas contra reloj. El discurso oficial en México celebra los envíos de dólares como una “hazaña” de los migrantes. Sin embargo, pocas veces se habla de lo que hay detrás: jornadas dobles, miedo constante a perder el empleo, falta de seguridad social y una realidad en la que ser mexicano en EU, sigue siendo sinónimo de riesgo y sacrificio.
Las remesas no son un indicador de éxito pleno, sino la prueba de que millones trabajan y viven con un reloj en contra, midiendo el tiempo en horas extra y sacrificando salud y convivencia familiar para sostener economías que, irónicamente, los mantienen en la pobreza. Así las cosas, a veces nada es lo parece…
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