julio 18, 2025

El que se enoja, pierde

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Lo que empieza en enojo termina en vergüenza: Benjamín Franklin.

Por Carlos Mota Galván

Hay luchas que resultan estériles y otras que ni siquiera merecen haber sido iniciadas y eso es justamente lo sucedido con la demanda que la Consejería Jurídica de la presidencia interpuso en México contra el abogado de Ovidio Guzmán, Jeffrey Lichtman por sus dichos que pretenden relacionar a la mandataria nacional con el crimen organizado.

El porqué del hecho, muy fácil, porque ello es el resultado de un diálogo innecesario que la figura política más alta de nuestro país aceptó realizar en su inicio, con un abogado extranjero, que por más exitoso que sea en su lugar de origen, nunca siquiera debió de ser considerado por quien representa a una nación.

El pretendido juicio lleva implícito un fracaso desde cualesquiera que sea su resultado, si la sentencia es de  culpabilidad para el imputado, este dirá que fue el resultado de un tribunal fabricado a modo para estos fines y cuyos alcances serán marginales, pues a nivel internacional quedarán enmarcadas como patadas de ahogado para un régimen que agotado, está enfrentando su peor momento.

Si el juicio es sobreseído, toda vez que el delito de injurias y difamación, fueron derogados hace ya 18 años en nuestro país (2007), los cuestionamientos serán aún más severos, pues la asesoría para casos legales, se aprecia, es inexistente para la presidencia de la república. Ahora, si la demanda se presenta  solo por daño moral, la sentencia podría ser como la dictaminada a favor de “Dato Protegido”, la esposa de un diputado por un comentario en la redes en su contra, donde un ama de casa, Karla María Estrella Murrieta, fue sentenciada absurdamente por el Tribunal Electoral en Sonora a ofrecer una disculpa pública a la quejosa por 30 días consecutivos, lo que a este abogado norteamericano le causaría seguramente un ataque, pero de risa.

Todo esto pareciera indicar que Litchman cabalga pues sobre caballo de hacienda, ha logrado su propósito, alimentar lo que en esencia lo identifica, notoriedad. Este hombre que alcanzó la fama con la defensa de John Gotti, el capo de la mafia más famoso en los Estados Unidos, además del Chapo y ahora de Ovidio y su familia, ha logrado con sus  improperios el que la presidenta se enganche en un lío que solo terminará por ensuciar su nombre, su cargo y el del país entero.

En fin, en esta vorágine de acontecimientos desastrosos hay muchos culpables, desde la cerrazón a deslindarse del pasado hasta la terquedad de quien insiste en mantenerse con  el control absoluto, desde el aplaudir los testimoniales sin necesidad de pruebas en el juicio a García Luna, a la negación de aceptar lo mismo con Oviedo Guzmán a pesar de que sus dichos aún no se conocen públicamente.

Todo es nerviosismo en la vida política de quienes detentan el poder, muchos hacen mutis, otros anuncian que ya van de salida y no buscarán más cargos, otros que lo importante es defender la soberanía, algunos, con la exigencia que se presenten pruebas (si hay imputaciones) sabiendo de antemano la respuesta, pero todos ellos acusan un deseo enfermizo de mantenerse en el poder al costo que sea necesario, aunque dichas declaraciones solo sean para la “foto”. En contraparte, los que se erigen como jueces inmisericordes aprietan día a día la rueda del poder, aranceles injustos, políticas migratorias infames, ataques a la independencia, a la soberanía, violación recurrente de tratados, palabras que suenan huecas a la luz de la soberbia de quienes  las ejecutan y al final del camino más de 130 millones de personas que pagarán las consecuencias. Y eso que el juicio contra Oviedo Guzmán apenas empieza.

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