
Por Daniel Lee Vargas
En Estados Unidos, ser migrante equivale cada vez más a ser enemigo. Esta semana, el mundo vio con horror un nuevo episodio que lo confirma: tres agentes del ICE, dos de ellos enmascarados, sometieron con una descarga eléctrica a un hombre latino en plena luz del día, frente a niños y familias, en un Walmart de Albuquerque, Nuevo México. Su “delito”: haber nacido fuera. Su castigo: caer al suelo gritando “¡Ayuda!”, mientras un Estado despiadado lo arrastraba fuera del pasillo de productos de limpieza.
Se llama Deivi José Molina-Pena, tiene 33 años y es repartidor. Tenía Estatus de Protección Temporal (TPS) como muchos venezolanos que huyeron de la crisis. Trabajaba entregando pedidos en la misma tienda donde lo cazaron. Sí: trabajaba. Trabajaba para la economía que ahora lo repudia, para el sistema que lo explota y luego lo desecha como si fuera una amenaza.
Este no fue un arresto. Fue un escarmiento. ICE no llegó con una orden judicial ni ofreció explicaciones. Llegó con un Taser. Porque lo que buscan no es justicia, sino control. Un acto deliberado de miedo: convertir un espacio cotidiano -el supermercado- en un escenario de terror para recordarle a toda la comunidad migrante que no importa cuánto trabajen, cuánto contribuyan, cuán limpios estén sus papeles. Siempre serán sospechosos. Siempre estarán en la mira.
La violencia con la que se ejecutó esta detención no fue una excepción. Es parte de un patrón sistemático de criminalización y deshumanización que ha convertido la migración en un pecado imperdonable. ICE ha roto cualquier pudor institucional: encapuchados, armados, sin placas visibles, actuando como escuadrones de captura más que como funcionarios públicos. ¿Quién autoriza este nivel de brutalidad? ¿Quién justifica la tortura eléctrica como método estándar para detener a un civil sin antecedentes de violencia?
Pero hay más, esta misma semana que concluye, en California, se ejecutó un operativo migratorio de escala militar. Más de 300 personas fueron detenidas, muchas en granjas legales y talleres comunitarios. El saldo: Jaime Alanís, migrante mexicano, murió tras ser gaseado y golpeado dentro de su vehículo. Su familia ahora ruega apoyo para repatriar el cuerpo. Los testimonios describen escenas de terror: trabajadores desarmados gaseados, mujeres y menores violentados, teléfonos confiscados, salidas bloqueadas.
¿La consigna? El miedo. ¿El objetivo? El control.
Todo esto ocurre bajo la nueva cruzada migratoria de Donald Trump, quien ha ordenado ejecutar un millón de deportaciones antes de fin de año. El lenguaje oficial habla de “recuperar el control fronterizo”, pero los hechos en el terreno hablan de redadas indiscriminadas, uso de fuerza letal y detenciones por perfil racial. Es un Estado que ha dejado de aplicar la ley para comenzar a aplicar el miedo.
Pero incluso en medio de este escenario de brutalidad, hay señales de resistencia. Una jueza federal en California ha emitido una orden para frenar las redadas basadas en perfil racial, prohibiendo arrestos motivados por el idioma, el color de piel o la simple presencia en lugares como estaciones de autobuses, talleres o campos agrícolas. La justicia aún tiene voz. Y es esa voz la que debemos amplificar.

Que esto ocurra en Walmart -el templo de la clase trabajadora estadounidense- no es casualidad. Es simbólico. Un recordatorio de que ni siquiera la integración económica protege a los migrantes del abuso. El capitalismo los necesita, pero la política los castiga. Entregan paquetes, limpian baños, cosechan alimentos… y aun así terminan electrocutados en un pasillo como si fueran delincuentes.
El silencio institucional es inadmisible. Ni ICE ni Walmart han dado explicaciones. Nadie ha pedido disculpas. Nadie ha rendido cuentas. En un país que se jacta de su “estado de derecho”, hoy vemos a sus instituciones convertir el simple acto de migrar en una condena sin juicio, sin abogado, sin defensa.
Este caso, el de Molina-Pena, el de Jaime Alanís, los cientos de desaparecidos, no deben olvidarse. Porque lo que está en juego no es solo la libertad de los migrantes, sino el alma misma de la democracia.
Si no se detiene esta barbarie hoy, mañana será otro pasillo, otra granja, otra persona… pero con el sello de crueldad. Y a propósito donde está el gobierno mexicano, donde sus funcionarios como Tatiana Clouthier por ejemplo, la eterna ausente titular del Instituto de Mexicanas y Mexicanos en el Exterior (IMME). Que vergüenza…
Sígueme en mis redes sociales, https://www.facebook.com/danielee.v
X @DANIELLEE69495
También en
https://algranomx
https://mexicopolitico.com.mx/
https://ancopnoticias.mx/
https://cachoperiodista.com/
https://estadodemexicopress.com
Y ahora también en
https://misionpolitica.com/