
Ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio
Por Carlos Mota Galván
Es muy fácil criticar lo que sucede en otras partes antes que aceptar que en torno a aquello que juzgamos, guardamos muchas similitudes, como ocurre con las políticas xenófobas aplicadas en el vecino país del norte.
En días recientes pudimos ser testigos de cómo un grupo de vándalos, que ni siquiera viven la zona, pretextando estar en desacuerdo con la gentrificación sobre todo en las colonias Condesa y Roma de la ciudad capital, atacaron restaurantes, comercios, carros y transeúntes sobre todo aquellos que tenían pinta de extranjeros.
Los mismos ataques a personas que se están viviendo en los Estados Unidos de Donald Trump, solo que de diferente color de piel. La gentrificación (palabra acuñada por la socióloga inglesa Ruth Glass en 1964) en realidad no es la culpable de estas agresiones, hacerlo sería condenar al subdesarrollo permanente a nuestras ciudades, colonias o estados de la república.
Es un hecho que la falta de oportunidades y la de ausencia de políticas de vivienda reales, han ocasionado que muchos de los pobladores originales de estos lugares, (los que no partieron después de los sismos del 85) tengan que migrar ante la imposibilidad de sufragar un incremento del 100 por ciento desde la pandemia a la fecha, cuando sus ingresos no aumentan con la misma velocidad. Un hecho lamentable del cual no está exenta ninguna ciudad en el mundo.
La única forma de haber asegurado su permanencia en la zona sería el que el capital privado nunca hubiera invertido ahí y que el lugar siguiera pauperizado tras los sismos sufridos hace 40 años, como sucede en la Habana, para orgullo de los radicales, siempre y cuando ellos no habiten ahí.
La anterior reflexión viene a cuento no para desacreditar la problemática de vivienda que vivimos, sino para entender que el problema es de fondo y las soluciones no se dan gritando en la calles, vandalizando a quienes arriesgan su capital y generan empleos, y menos aún agrediendo verbalmente a extranjeros a los que la propia presidenta Sheinbaum, durante la pandemia, impulsó para que arribaran a nuestro país (los llamados nómadas digitales) y contribuyeran al desarrollo económico nacional.
Ondeando banderas comunistas y palestinas en la marcha, y menos catalogándola como una auténtica expresión de lucha de clases, como lo definió una de las agresoras participantes, (grabada por el youtuber, Luisito, comunica) y que según se describe portaba un gafete de la oficina de turismo del gobierno capitalino, solo provoca más encono.
Fueron tres horas de ataques y en ningún momento apareció la policía capitalina a resguardar la integridad de quienes se cruzaban por su camino y menos aún para salvaguardar la propiedad privada afectada y no fue sino hasta que detuvieron su caminar vandálico en el ángel de la independencia cuando los elementos de seguridad resguardaron el lugar. Por supuesto estas acciones ya han tenido eco en medios informativos norteamericanos y algunos europeos, lo cual solo aviva los argumentos xenófobos en nuestra contra, que nos ven como una sociedad decadente sin antes mirarse al espejo. En México, en tanto, algunos, afortunadamente los menos, aplauden estas acciones y se vanaglorian de la lucha que emprenden contra el capitalismo.
Sheinbaum hizo bien en criticar en su mañanera la violencia ejercida por estos grupos, pero sería deseable que se investigara a fondo quién o quiénes patrocinaron estas acciones, pues todo indica que los radicales, están fuera de control. Resultaría una incongruencia criticar lo acontecido en otras partes y aquí, a nivel oficial, dejar de sujetar la jauría de casa, ¿no?
El horno no está para bollos y el panadero insiste en dejar se le quemen los bolillos.