julio 12, 2025

México bajo el estallido lejano

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EFECTOS LATINOAMERICANOS DE LA INTERVENCIÓN DE EE. UU. EN EL CONFLICTO ISRAEL–IRÁN

El 22 de junio, la Casa Blanca confirmó que bombarderos B‑2 Spirit lanzaron bombas antibúnker sobre tres instalaciones nucleares iraníes —Fordo, Natanz e Isfahán— en coordinación con Israel.

El presidente Donald Trump describió la acción como un “mensaje de paz” y advirtió nuevas ofensivas si Teherán no se rendía. Minutos después, Irán prometió “defenderse con todo su arsenal” y el Pentágono activó la Quinta Flota en el golfo Pérsico. La chispa encendió alarmas en los mercados y colocó a América Latina en el tablero pese a la distancia geográfica.

La primera onda expansiva fue el petróleo. El Brent subió alrededor de 3 % en un día ante el riesgo de que Irán bloquee el Estrecho de Ormuz, por donde transita una quinta parte del crudo mundial. Para Pemex, un barril caro parece buena noticia; para Hacienda implica mayores subsidios a la gasolina y presión inflacionaria que ya repercute en toda Centroamérica.

La volatilidad cambiaria llegó enseguida. Inversores huyeron a activos seguros y el dólar se fortaleció. Un peso más débil encarece la deuda externa mexicana y obliga a Banxico a considerar alzas de tasas cuando la economía se enfría. Washington pidió respaldo “sin fisuras” en la OEA mientras Brasil y Colombia clamaron por el diálogo; la respuesta mexicana fue tan tibia que amenaza con marginar al país de la mesa de decisiones.

La crisis exhibe carencias estructurales: la ausencia de doctrina —la Doctrina Estrada yace pausada selectivamente—; la diplomacia menguante, con embajadas clave operando al mínimo; la dependencia energética disfrazada, pues casi la mitad del diésel se importa; y la relación asimétrica con EE. UU., que exige alineamiento automático mientras México carece de estrategia negociadora.

México debe actuar ya: convocar a la CELAC y Canadá para articular una posición regional, reactivar un Grupo de Contención Energética que coordine reservas y alivios fiscales, modernizar la Ley de Seguridad Nacional para incluir sabotaje digital y rupturas logísticas como amenazas prioritarias, y desplegar enviados especiales con mandato de proteger connacionales y negociar rutas de evacuación.

La guerra Israel–Irán, ahora con la entrada directa de Estados Unidos, ya se siente en los bolsillos latinoamericanos y desnuda la fragilidad diplomática de México.

Fortalecer la política exterior no es un lujo académico: es un seguro de vida geopolítico. Si México no ocupa su silla con agenda propia, otro la ocupará y las decisiones sobre energía y seguridad se tomarán lejos de Palacio Nacional, pero pesarán sobre cada comerciante y cada mesa familiar del país.

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