CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
El poder tiene una habilidad inquietante: repetir mentiras hasta que parecen verdad. Mientras en el corazón de Zacatecas se respiran pólvora, miedo y silencio obligado, en el discurso oficial se canta victoria. El inquilino de La Casa de los Perros asegura, con la vehemencia del que no camina su tierra, que Zacatecas es uno de los estados más seguros del país. Ayer, dos reporteros de NTR lo desmintieron en tiempo real. Sin blindaje, sin helicópteros, sin retórica. Solo con una transmisión en vivo que reveló el verdadero rostro del estado: uno de fuego cruzado, de terror al volante, de balas silbando a plena luz del día.
Villanueva y Joaquín Amaro fueron el escenario de una guerra que se niega a ser nombrada como tal. El saldo: 14 hombres muertos, todos ellos etiquetados como “presuntos agresores”, y una persona liberada de un secuestro. El gobierno se felicita a sí mismo por “no tener bajas en las fuerzas del orden”. Pero ese no es el punto. El punto es que hubo un combate de más de dos horas a plena luz del día en una carretera transitada por civiles. Que hubo helicópteros disparando desde el aire. Que la policía tuvo que perseguir entre brechas a los pistoleros como si esto fuera una escena de Apocalypse Now en versión serrana.
Todo comenzó en Tabasco, donde se arrojaron estrellas ponchallantas para detener patrullas, y terminó en La Encarnación, donde el humo y el estruendo se mezclaron con la impotencia de quienes quedaron atrapados entre fuego amigo y enemigo. El gobernador, sin embargo, sigue instalado en su burbuja de cifras, donde el conteo de cadáveres se convierte en métrica de éxito. No hay una palabra sobre las causas estructurales de la violencia. No hay autocrítica. Sólo el aplauso automático, el mensaje prefabricado, el lugar común.
Los reporteros que transmitieron desde la línea del frente no lo hicieron por gloria ni por espectáculo: lo hicieron porque nadie más estaba ahí. Ningún alto funcionario, ningún jefe policiaco, ningún líder político. Porque los que se jactan de “controlar la situación” lo hacen desde oficinas selladas, mientras otros se juegan la vida en la calle.
Zacatecas no es seguro. No mientras los cárteles sigan disputando el territorio como si fueran señores feudales. No mientras cada carretera pueda convertirse en un campo de batalla. No mientras el poder siga tratando de imponer una narrativa que ya no se sostiene ni con fusiles ni con discursos.
Hoy, la única certeza es que la violencia dejó de ser noticia y pasó a ser rutina. Y en esa rutina, lo que arde no es solo la sierra: es la dignidad de un estado olvidado por quienes lo gobiernan y desangrado por quienes lo pelean.
Jerez, donde la poesía tiene casa
En un mundo que con frecuencia desprecia lo intangible, Jerez se permite todavía el lujo de honrar la palabra. Esta semana, en el marco de los Juegos Florales “Ramón López Velarde” 2025, la literatura no sólo fue celebrada: fue abrazada como un acto de fe y resistencia.
Los nombres de Seatiel Enciso Pérez y Norma Frida Roffe Samaniego quedarán ligados, a partir de ahora, a este ritual jerezano que cada año rinde tributo al más íntimo y visceral de nuestros poetas. Enciso, desde los confines del desierto bajacaliforniano, y Roffe, con voz nacida en Monterrey, trajeron a la tierra de López Velarde narraciones y versos que dialogan con el presente sin perder el temblor de la eternidad.
Que una autoridad municipal —el presidente Rodrigo Ureño Bañuelos— no sólo respalde, sino también celebre y abrace públicamente estos ejercicios de creación, no es un gesto menor. En tiempos donde la cultura suele ser la primera sacrificada en los altares de la administración, el impulso que da el Instituto Jerezano de Cultura merece no sólo aplausos: merece ser replicado.
Porque donde hay poesía hay humanidad. Y donde se honra a los poetas, como aquí se ha hecho con López Velarde, se alza una barricada silenciosa contra la barbarie. Jerez, entonces, no sólo celebra su pasado: escribe con firmeza su lugar en la cartografía viva del arte. Aquí, sí: la poesía tiene casa. Y sigue respirando.
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