
Por Ma. del Rosario Serrano Pichardo
Lo moderno no tiene que ser desalmado. Pero si olvidamos la raíz, no habrá fruto.
Vivimos en un mundo que avanza a toda velocidad hacia un futuro cada vez más tecnológico, eficiente y material. Se habla de progreso, de innovación, de conectividad. Pero, en medio de esta modernidad deslumbrante, crece una sensación sutil pero poderosa: nos estamos alejando de lo natural, de lo simple, de lo real.
Un mundo de plástico y pantallas
Lo que antes era aire limpio, tierra viva, comida hecha en casa o relaciones cara a cara, hoy es neblina tóxica, alimentos procesados, likes y algoritmos. Todo está diseñado para la comodidad y el consumo, pero no necesariamente para el bienestar del alma.
Los espacios naturales desaparecen bajo cemento. Las emociones se reducen a emojis. La espiritualidad se convierte en producto. Y lo humano, lo profundo, queda relegado como si fuera un estorbo, algo “anticuado” o poco rentable.
¿Progreso o desconexión?
Esta modernidad que idolatra lo nuevo ha traído avances innegables. Pero también ha traído ansiedad, soledad, ruido mental y vacío espiritual. Cada vez más personas viven desconectadas de su entorno, de su cuerpo, de sus valores y de los demás.
Y mientras corremos hacia el futuro, nos vamos olvidando de preguntarnos hacia dónde vamos realmente. ¿Queremos un mundo brillante pero vacío? ¿Queremos ser parte de un sistema que produce más, pero siente menos?
La urgencia de volver a lo esencial
No se trata de rechazar la tecnología ni idealizar el pasado. Se trata de rehumanizar el presente. De encontrar un equilibrio entre lo moderno y lo natural, entre el avance y la raíz.
Significa redescubrir el valor de un bosque, de un silencio, de una charla sin pantallas, de una comida hecha con amor. Significa cuidar el planeta, pero también cuidar el alma.
Porque si todo se vuelve artificial, ¿dónde quedará lo auténtico?
Resistir con humanidad
En este contexto global donde incluso ciudades como Montreal se ven envueltas en neblinas tóxicas producto de incendios forestales masivos, queda claro que algo no está funcionando. La Tierra nos habla. Y también nuestra conciencia.
Volver a lo natural, a lo real, a lo humano no es retroceder: es resistir con sabiduría. Es sembrar un futuro distinto, donde la tecnología sirva a la vida, y no al revés.
En un mundo cada vez más artificial, recordar lo natural se vuelve un acto de resistencia.