
Quien hace la ley, hace la trampa
Por Carlos Mota Galván
El cuestionamiento lógico para todo proceso electoral es quien resultará ganador en la contienda. Sin embargo, en esta ocasión ello pasa a un segundo término en virtud de que de antemano sabemos quién levantará la mano.
La pregunta correcta, o la que convendría hacernos, es: ¿Cuántos ciudadanos habrán de acudir este primero de junio a sufragar?, pues del número que lo haga dependerá en buena medida tanto el discurso oficial, como el margen de maniobrabilidad que tengan para defender tan desaseado proceso ante México y el mundo.
Los pronósticos abarcan desde menos del 10 por ciento del padrón de 100 millones de ciudadanos, hasta los más optimistas que afirman que serán más de 20 millones de personas quienes lo hagan, como declaró recientemente la presidenta del INE Guadalupe Taddei, quien conforme avanza el proceso ha ido subiendo su apuesta hasta en 8 puntos.
La verdad de las cosas es que en la 4t todo es nerviosismo en los últimos días buscando llevar más ciudadanos a las urnas, y ahora hasta con acordeón, sus acciones se han proliferado, el voto corporativo vuelve por sus fueros, el viejo monstruo que creímos muerto, nos damos cuenta, solo estaba dormido, como escribió Augusto Monterroso, despertando ahora con un nuevo ropaje y con deseos de destruirlo todo.
Sin duda aquel mensaje donde la presidenta habló de que siempre sería preferible que por lo menos 5 millones elijan a quienes les juzguen, fue repensado y sopesado, llegando a la conclusión que dicho margen solo les ataría las manos en la defensa de un proyecto que todos aprecian como manipulado y antidemocrático.
Por ello en los últimos días han tenido que reexaminar sus acciones y al confirmar que solo una cuarta parte de los mayores de edad en este país sabían que habría elecciones y entre los que sí saben, cuatro de cada 10, no pudieron confirmar la fecha exacta de la jornada, lo que les orilló a por poner toda la leña al fuego, y mandar desde jingles en tiempos oficiales, hasta el que sus huestes salieran a hacer promoción a: “lo importante que resulta tú participación” sin olvidar las incontables menciones que todo funcionario público que se precie de cobrar su quincena hace, tendientes a lograr el objetivo.
A estas acciones seguramente habrá que agregar los conocidos “acarreos” y demás triquiñuelas que el oficialismo podrá ejecutar a su agrado el próximo domingo, toda vez que la oposición decidió no participar aceptando de facto que todo está dicho y no hay forma de evitarlo.
Salir a votar es para muchos, inútil, y hacerlo solo contribuye, afirman, a legitimar el atraco cometido; no votar en cambio, dicen, representa un acto cívico, un acto de resistencia que pretende hacerse escuchar en un mundo donde los ciegos y sordos han construido su reino de opacidad y recompensas para quienes se alinean a sus designios.
El pretendido ejercicio popular que nos convertirá en “la nación más democrática del orbe” es en realidad un circo, una maniobra de simulación donde un solo poder, el ejecutivo, es quien se apodera de todo, el que ya decidió por todos, donde al árbitro le han decomisado el silbato y donde incluso el propio tribunal electoral en voz de su presidenta, expresa que no votar es antidemocrático y él no acudir a hacerlo no es opción, pero en cambio voltea a otro lado cuando ante sus ojos circulan los listados con los nombres que buscan posicionar y no organismos civiles precisamente, sino los propios partidos afines a la 4t.
Por cierto, un hecho que llama poderosamente la atención es el elevado número de los inscritos como observadores electorales, 6 veces más que en la elección presidencial del año pasado, de 25 mil pasaron a 150 mil, ¿de dónde surge tanto entusiasmo, máxime que casi nadie quiere ir a las urnas?