mayo 23, 2025

Machetazo a caballo de espadas

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Por Luis Sunderland Méndez
9prensahoy@gmail.com
X@LouSunderland

23 de mayo de 2025

Esta semana ha sido como todas en México, de pesadilla, aunque muchos mexicanos no nos acostumbramos a vivir con esa constante inquietud que acompaña la inseguridad tan impresionante que nos rodea, aunque en ocasiones sutil, no nos damos cuenta del peligro y el siguiente paso que andemos, bien podría ser el último de nuestra vida; pero a la par, muchos no reparan en el tema y viven su vida con toda normalidad y sin ningún temor.

En lo personal confieso que siento algo de envidia, porque es desgastante vivir con la preocupación. Cuando escucho decir a alguien “no puedo vivir con miedo”, entiendo, pero lamento reconocer que yo sí vivo con temor por mis cercanos y en lo personal procuro tomar precauciones y no me expongo.

El martes pasado como todos ya sabemos, ocurrió un muy lamentable suceso que de inmediato captó la atención de la mayoría de los habitantes, no solo de la Ciudad de México, sino del resto del país y de muchos otros lugares en el mundo.

Un terrible asesinato a sangre fría de los dos colaboradores más cercanos de la Jefa de Gobierno capitalino, su secretaria particular, Ximena Guzmán, y de su coordinador de asesores, José Muñoz. Para sus familias, mi pésame por su pérdida, que ambos descansen en paz.

Hasta el momento de escribir esta columna, han salido ya varias versiones de analistas y de reporteros, y la verdad es que no se sabe quién podría estar detrás de este artero crimen. Seguramente las autoridades darán la versión oficial dentro de un tiempo.

Ahora les pido centrar su atención en otra persona: José Armando Estrada.

Ustedes se preguntarán, ¿quién es ese hombre?, José Armando de 29 años, jornalero en Apatzingán, Michoacán, salió de su humilde casa el día 19 muy temprano, como todos los días, a trabajar en el campo, y tuvo la desgracia de pisar una mina casera que le quitó la vida de una manera horrible.

Otros seis jornaleros han perecido de esa forma, niños inclusive, como Pablo R. de solo 15 años de Buenavista, Tomatlán, también en Michoacán, y muy poca gente lo sabe o le da importancia. Todos los días en diferentes eventos sangrientos y en distintos lugares del país, se consuman aproximadamente 69 asesinatos.

Yo me pregunto constantemente si los mexicanos estamos unidos o somos una sociedad fragmentada que, poco a poco, hemos ido perdiendo la capacidad de volvernos a unir, si es que alguna vez lo estuvimos. Siempre hemos vivido dentro de un egoísmo y solo con capacidad de estar atentos a nuestra vida, pero con una enorme dificultad de ver lo que le pasa al amigo, al vecino, al compañero, incluso al familiar. Sé que esto no es en la totalidad de la gente, pero sí en una inmensa mayoría.

Por eso se ha perdido la capacidad de apreciar la gran nación que tenemos y que nunca la hemos sabido aprovechar.

Ahora estamos en México llenos de familias rotas y de amistades perdidas, porque todo inicia en la casa y se refleja en la calle. Sé que alguna vez le importó a la sociedad la verdad y que ahora no se ve ni se entiende, ya nos acostumbramos, ya aprendimos a vivir con el horror.

Nuestro México se nos ha desmoronado frente a la indolencia y apatía de millones de mexicanos. Se nos han podrido las entrañas y si no reaccionamos ya, perderemos la posibilidad de reconstruir lo que se ha destruido.

Ahí está la pregunta ante todos, ¿cuánto tiempo más podrá resistir México, para no quedar reducido a cenizas?, ¿cuánta sangre más tendrá que correr por las calles y sierras de toda la república, para que el grueso de la sociedad reaccione?

Si ya le llegaron tan fácilmente a la Jefa de Gobierno, cualquiera podría ser el siguiente. Llegará el momento en que no se pueda salir a la calle, ¿dejaremos algún día de mirar al otro lado, en lugar de enfrentar la verdad y seguir pensando que las cosas se arreglarán solas?

Muchos vivimos con el sentimiento de miedo, rabia, decepción y cansancio y nunca sentiremos unidad, paz y reconciliación. La indiferencia se ha instalado.

Tenemos que dar el primer paso personal y no esperar a que alguien lo dé.

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