mayo 20, 2025

Cultura Impar: Visa cancelada para unos, pacto sellado para otros

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Tu karma es recordar que el olvido no existe
Ser presunto culpable y declararte inocente
Tu karma es negar lo que es tan evidente
No poder diferenciar entre el bien y el mal

Poema Tu Karma (todo por nada).

En el ajedrez de la diplomacia, Estados Unidos acaba de mover una pieza que apunta directo al corazón político de México. En semanas recientes, Washington ha optado por suspender las visas de ingreso a funcionarios, legisladores y figuras públicas mexicanas de alto perfil.

La razón oficial -nunca explícita- apunta a posibles vínculos con organizaciones criminales. La medida, aunque no nueva, tiene un peso simbólico: es una acusación sin juicio, una condena que no requiere pruebas (dicen), solo una sospecha avalada por la discrecionalidad del Departamento de Estado.

Para México, esta ofensiva lleva a dos lecturas. Una, la obvia: Washington refuerza su narrativa de que el crimen organizado en México no solo es fuerte, sino que está cobijado por las estructuras políticas. La otra, más compleja: EE.UU. emplea estas sanciones como una forma de presión para que el gobierno mexicano “haga más” en la lucha contra los cárteles, o al menos coopere en sus términos.

“La justicia se escribe en inglés y sin acentos”, dijo hace unos días el investigador del CIDE, Carlos A. Pérez Ricart. Y aunque no le guste a muchos, tiene razón: lo que importa está en inglés, con fiscales gringos y con veredictos en Nueva York.

Pero el fuego cruzado no es únicamente diplomático. Mientras políticos mexicanos se convierten en blanco de sospecha y otros callan ante la amenaza de perder su entrada al norte, los capos del narcotráfico mexicano libran su propia batalla: evitar a toda costa ser extraditados a Estados Unidos. Un temor ni casual ni nuevo. Estar en manos de la justicia estadounidense representa el fin del poder, la pérdida del entorno de protección y, en muchos casos, sentencia de muerte simbólica.

¿Por qué los líderes criminales temen tanto ser enviados al norte?

Hay una combinación de factores: en México, aún presos, conservan cierto control territorial, acceso a redes de comunicación, capacidad de intimidación, protección interna y dinero, mucho dinero. En cambio, en una prisión de mediana seguridad (tal vez en Colorado o Florida), ese capital simbólico se esfuma. Ya no son jefes, sino reos numerados. Sin posibilidad para mover hilos, muchos temen represalias de rivales o antiguos aliados. Saben que el encierro allá los deja vulnerables aquí.

Pero también, una vez en territorio estadounidense, comienza otra danza. La mayoría de los grandes capos busca negociar. Entregan rutas, nombres, contactos y millones de dólares que ¡ah! son importantes donde sea. Se convierten en piezas útiles para los fiscales federales, que buscan casos mediáticos y resultados contundentes.

A cambio, reciben beneficios que en México serían impensables: reducción de penas, protección para sus familias, acceso a servicios médicos, incluso posibilidad de entrar a programas de testigos protegidos. Lo que no logran en la selva jurídica mexicana, lo obtienen con un par de audiencias en una corte federal de Brooklyn.

Esto deja mal parados a ambos países, aunque por razones distintas.

En México, la justicia aparece como una maquinaria débil, incapaz de procesar a los grandes jefes sin que se fuguen, los maten o negocien desde dentro. En Estados Unidos, el sistema legal revela su pragmatismo absoluto: importa más la cooperación que la condena, más la información que la justicia plena. A los ojos del contribuyente norteamericano, eso puede ser eficiencia. Para los ojos mexicanos, es cinismo.

Y en medio de todo, la paradoja: los políticos mexicanos señalados -sin pruebas públicas- desde allá, no tienen opción de defenderse ante tribunal alguno. No hay acusación formal ni proceso judicial. Solo la cancelación silenciosa de una visa. En cambio, los criminales que sí han causado miles de muertes y toneladas de dolor terminan sentados frente a fiscales que los llaman “cooperadores valiosos”.

La justicia, entonces, no es ciega. Dicen que cambia de rostro al cruzar fronteras. Para algunos, basta un rumor para ser condenados. Para otros, incluso con años de violencia encima, basta un trato para ser redimidos.

Ojalá los analistas de aquí y de allá tengan razón: el intercambio de inteligencia de alta calidad es para golpear a las organizaciones criminales, no para debilitar al gobierno.

Los políticos de aquí buscan perderse en una verborrea que no justifica ni explica nada, solo seguir intocables y rodeados de seguridad, por lo menos en este territorio. No sé en qué película vi: La exposición está más allá de la contención.

México pone los nombres -no importa cuáles- allá, la justicia.

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