mayo 13, 2025

Columna invitada

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La historia no debe usarse como coartada del fracasado presente

Por Ma. del Rosario Serrano Pichardo

Este texto expone con claridad una estrategia política cada vez más desgastada: recurrir a enemigos del pasado para evitar rendir cuentas en el presente. El ataque de Claudia Sheinbaum a Ernesto Zedillo no tiene sustancia ni objetivo real, salvo el de distraer. Zedillo no compite, no gobierna, ni siquiera opina activamente sobre la política nacional. Atacarlo hoy no es un acto de justicia histórica, es una jugada oportunista.

El señalamiento de Claudia Sheinbaum contra Ernesto Zedillo no surge de una necesidad real de debate histórico, sino de una urgencia política: cambiar la conversación.

La Cultura Impar acierta al señalar que el verdadero problema no está en el pasado neoliberal, sino en el presente fallido: más de 185 mil homicidios en un año, un sistema de salud colapsado, contratos opacos y una creciente pobreza laboral. En ese contexto, revivir figuras como Zedillo no resuelve nada. Solo sirve para alimentar una narrativa que ya no convence ni moviliza como antes.

El ataque de Sheinbaum a Zedillo no es memoria histórica, es distracción política. Mientras el país enfrenta una crisis de seguridad, salud y pobreza, el oficialismo recurre a fantasmas del pasado para evadir responsabilidades presentes. El texto acierta: esto no es transformación, es simulación. Y hay que decirlo claro.

En medio de cifras alarmantes en seguridad, un sistema de salud en crisis y una economía informal que no cede, reactivar la narrativa “neoliberalismo vs. pueblo” es una estrategia conocida, pero ya poco eficaz.

El texto no solo lo evidencia, lo desarma: Zedillo, con todos sus errores, pertenece a una etapa superada. Hoy no tiene poder ni influencia política directa. Atacarlo es simbólico, no funcional.

La pieza también deja claro que el verdadero vacío está en el presente.

Las promesas de un sistema de salud como el de Dinamarca quedaron en eslogan. Las adjudicaciones sin licitación y la militarización de funciones civiles avanzan sin freno. Y, frente a eso, no hay respuestas sólidas, solo confrontación discursiva y desvíos calculados.

Además, acierta al señalar una tendencia preocupante: ciertos medios y voceros que antaño denunciaban los excesos del poder, hoy lo respaldan sin cuestionamientos.

Se vuelve evidente que no es solo un problema de gobierno, sino de ecosistema político y mediático, cada vez más dócil frente al poder

Y si no se le llama por su nombre -simulación-, se corre el riesgo de normalizar la ausencia de resultados tras un relato épico que ya no resiste el contraste con la realidad.

El pasado no cubre el presente, y mucho menos lo justifica.

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