
Por Gilda Montaño Humphrey
Jesús no fue el primero en contar historias. En Israel y fuera de Israel otros también las contaron. Jesús fue hijo de su tiempo. Para él la parábola fue importante. La parábola, el cuento y la fábula, pertenecen al río milenario de la narración. Él así enseñaba.
La venida gloriosa del reino, en el siglo I, era esperada por todos. Jesús tiene conciencia de haber venido a echar “fuego a la tierra”. En él comienza el reino de Dios. La actividad de Jesús tiene valor de signos precursores. El calendario del reino, es el calendario de Dios.
¿De dónde aprendió Jesús a decir las parábolas? De los rabinos; de los fariseos y de Juan el Bautista. Es buena la pregunta… ¿de dónde? De todos ellos.
Si se examina entre la parábola y la interpretación alegórica, se constata que la primera es “el grano”, no quien lo pone. “La palabra que sale de mi boca, no volverá a mi vacía.” Decía.
El reino vine, irresistiblemente, pero su venida se prepara en pequeños comienzos. La parábola de Rabi Zeira, hacia 325 habla de una distancia entre Jesús y la ortodoxia rabínica. Mezcla singular entre lo real y lo extraordinario.
La parábola designa la palabra de una forma literaria, que consiste en un relato figurado del cual, por analogía o semejanza, se deriva una enseñanza relativa a un tema que no es el explícito. Es, en esencia, un relato simbólico o una comparación basada en una observación verosímil. Tiene un fin didáctico y podemos encontrar un ejemplo de ella en los evangelios cristianos, donde Jesús narra muchas parábolas como enseñanzas al pueblo.
Para que entiendan, sí, para que lo que les está enseñando sea de plena conciencia y crean lo que les dice.
Etimológicamente, una parábola significa comparación o semejanza; es el nombre dado por los rectores griegos a toda ilustración ficticia en la forma de una breve narración. Cuántas veces hemos oído hablar de que en misa, el sacerdote nos dice que: “…” y cuenta un pasaje de la biblia, y al final comenta que es una parábola. Pero cuántos de nosotros no tenemos ni la menor idea de lo que sea eso. Ni nos hallamos puesto a pensar de donde viene.
Yo me imagino a un Jesús, muy alto, muy moreno – no como lo ponen en los cuentos, güerito y con ojos azules–, con nariz grande, delgado, super mega inteligente; fuerte y lleno de luz por todos lados, y que tenía a como diera lugar de hacer entender a los que le oían, lo que el estaba enseñando. Qué otra forma más persuasiva e inspiradora que, a todos, les fuera platicando de lo que les quería enseñar, con analogías de lo que sucedía si hacían esto o aquello. Que percepción y sensibilidad la suya. Que intuición. No asustar, enseñar con base a un extremo amor que la verdad, estos judíos tenían que entenderle. Sus seguidores que eran sus apóstoles y que fueron declarados cristianos por el romano Constantino, trescientos años después.
Que entendimiento tendría que poseer, que y cuántos estudios, sabiduría, dones. La verdad, yo si le creo. Y todo lo que nos cuentan a través de los 66 libros de la biblia: 39 en el antiguo testamento y 27 en el nuevo, divididos en históricos, poéticos, proféticos y evangelios… y también y de los gnósticos, a todos esos, yo sí les creo.
Y mi verdad radica en que, si este ser que hoy celebramos que resucitó de entre los muertos, y se le sigue recordando después de dos mil veinticinco años, y se le venera y tiene la religión más grande del mundo, con más de 2400 millones de seguidores, que representan el 31% de la población mundial, es algo fuera de todo contexto. Inimaginable. Por más que le quieran describir en algún rincón del mundo. Nació, vivió, deslumbro, murió, resucitó y ahora vive para la eternidad.
En fin. El “amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”, significa estar en paz. Sin guerras, sin secuestros, sin muertes, sin robos, sin madres buscando entre los escombros a sus hijos…sin corridos haciendo famosos a quienes los matan… y con una gran luz que merecemos todos los humanos.
Hoy resucitó Jesús. Y vive entre nosotros.
gildamh@hotmail.com