abril 19, 2025

Luz y Sombra

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Por Carlos Mota Galván

Se tarda menos en hacer una cosa bien que en explicar por qué se hizo mal.

Nada extraño resulta la posición asumida por el gobierno mexicano en voz de su presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, en torno a seguir manteniendo distancia con el gobierno del Ecuador, luego de que Daniel Noboa, en segunda vuelta, asumiera por segunda vez consecutiva la presidencia de aquella nación, otrora hermana, pese a que observadores extranjeros, la OEA e incluso el gobierno norteamericano, avalaron el resultado.

Era lógico que el gobierno mexicano no aceptara a Noboa como presidente cuando este, y así lo recordó Sheinbaum, fue el principal promotor de la invasión a nuestra embajada en Quito por elementos del ejército ecuatoriano (policía nacional) para sacar por la fuerza al expresidente Jorge Glas, violando así un derecho Internacional elemental de toda sede diplomática. Mención aparte es el debate surgido en aquel abril del 24 respecto a que México estaba protegiendo a un criminal, el hecho no justifica el actuar de un gobierno en funciones, violando arteramente lo suscrito en la Convención de Viena sobre el respeto a las legaciones diplomáticas.

No obstante, lo que lleva a una reflexión es lo declarado por la presidenta mexicana quien etiquetó al resultado electoral como una trampa y una farsa, por lo que llamó una elección de estado, cuando ella surge de algo similar. Otro claroscuro en esta postura es el como aquí que se presentaron actas de escrutinio es cuestionado, y no así lo acontecido en Venezuela donde a todas luces hubo un robo electoral comprobado por la oposición y otros organismos, ahí sin embargo nuestros gobernantes nunca hablaron de fraude y si se volcaron a celebrar el triunfo de Maduro sin cortapisa alguna.

No aceptar el nuevo mandato de Noboa, es aceptable, hacerlo bajo una argumentación de fraude es lo cuestionable. México siempre se había caracterizado por mantener una política intachable en el terreno internacional, hasta antes de que la 4 t entrara en funciones; ahora damos bandazos al responder más por lo que indica la víscera que el cerebro, por ello no resulta extraño que México haya perdido el sitial de honor que tenía en este terreno y ahora su voz carece de respeto al volverse un apéndice más de otros gobiernos como el de Cuba, Venezuela o Nicaragua, por citar unos regímenes dictatoriales de nuestro continente.

La política exterior de México siempre fue un ejemplo de congruencia y solidaridad con los pueblos en el mundo, ahora, tras un sexenio de pleitos gratuitos e irrelevantes de López Obrador, en donde hemos tenido conflictos con Costa Rica, Panamá, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay  y Ecuador, por citar solo algunos, el nombre de nuestro país solo suena en el terreno internacional cuando se habla de narcotráfico o de desaparecidos, como lo señala recientemente un informe de la ONU, donde anuncian que en ese organismo Internacional decidieron activar para nuestro país, el artículo 34 de la convención internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas, por primera vez en la historia. Es difícil aceptar esta realidad, y es más duro luego de escuchar como estas administraciones buscan auto justificarse manipulando las cifras de desaparecidos en nuestro país o ignorando y despreciando a los familiares de los desaparecidos o a las instituciones que les piden actúen para revertir tales desgracias, que en todo el país se han vuelto tan comunes. Lamentablemente a eso se ha reducido la participación azteca en el ámbito internacional, a ser ejemplo de aquello que no debería presentarse en ninguna parte del mundo. Caímos del cielo al infierno. El haber perdido el rumbo en la búsqueda de mejores niveles de bienestar y desarrollo, es algo que la “transformación” siempre nos quedará a deber.

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