
Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 12 abril 2025.- La amenaza no es nueva, pero sí más virulenta. Donald Trump, fiel a su estilo incendiario, ha redoblado su ofensiva contra las llamadas ciudades santuario, utilizando ahora a Tom Homan, su recién nombrado “zar de la frontera”, como ariete legal y político.
La estrategia es clara: presionar, castigar y someter a quienes se resisten a colaborar con ICE. ¿El objetivo? Desmantelar una red de protección local que ha significado esperanza, dignidad y derechos para millones de personas migrantes.

El uso del Título 8, sección 1324 del Código de Estados Unidos, con el que se amenaza con sanciones legales a funcionarios locales, junto a la retención de fondos federales, configura un ataque frontal no solo contra políticas públicas, sino contra principios democráticos fundamentales como la autonomía local y la protección de los derechos humanos.
Frente a este embate, la respuesta de las ciudades santuario ha sido firme: no se negocia con el miedo. En estados como Nueva York, Illinois y Massachusetts, se ha reafirmado el compromiso con las comunidades migrantes, garantizando acceso a salud, educación y justicia, sin importar el estatus migratorio. No se trata de actos de rebeldía, sino de decisiones conscientes que defienden el tejido social y los valores de inclusión y diversidad que enriquecen a estas comunidades.
Mientras el gobierno federal insiste en una narrativa de exclusión, las ciudades santuario representan una contracara luminosa: la del liderazgo ético y el poder transformador de lo local. Su resistencia no solo es legal, sino profundamente humana. Son el recordatorio de que, ante el avance de políticas regresivas, la compasión, la dignidad y la justicia aún tienen voz.
Porque en tiempos oscuros, ser santuario es un acto de valentía.
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