
Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México 9 abril 2025.- Estimado lector, hablar de derechos laborales en México es muchas veces hablar de ausencias disfrazadas de costumbre. Las reformas que hoy se discuten en el Congreso solo evidencian lo mucho que hemos tolerado condiciones indignas como si fueran parte del contrato.
Este es un país donde el trabajo digno muchas veces se convierte en un privilegio y no en un derecho, las reformas laborales que se discuten en el Congreso pudieran dar una luz de esperanza. Pero también son como un espejo que revela cuánto hemos normalizado lo inaceptable.
Vamos desmenuzando estas reformas:
La propuesta de regular las propinas y asegurar que éstas no sustituyan el salario base es un paso mínimo para reconocer que nadie debería vivir al azar de la generosidad ajena. Que en pleno siglo XXI los meseros y trabajadores de la hospitalidad tengan que depender de monedas inestables para sobrevivir, habla de un sistema que ha permitido, durante décadas, la precariedad como norma.
Del mismo modo, conceder dos días al año con goce de sueldo para realizar estudios médicos o acompañar a un familiar no es un logro digno de aplauso, sino una corrección tardía de una injusticia sistémica. ¿Cómo hemos permitido que cuidar la salud sea visto como un privilegio que debe negociarse con miedo a represalias?
Los programas para el primer empleo y las medidas dirigidas a poblaciones vulnerables suenan bien en el papel, pero la realidad exige más que buenas intenciones: exige presupuestos, seguimiento y resultados medibles. Porque sin eso, seguirán siendo discursos huecos mientras millones de jóvenes y adultos marginados siguen esperando una oportunidad que no llega.
El permiso por luto también revela otra verdad incómoda: hasta ahora, el duelo era castigado con descuentos y amenazas de despido. Cinco días hábiles no compensan la pérdida de un ser querido, pero al menos reconocen que los trabajadores son humanos antes que engranes.
En cuanto a las inspecciones por desigualdad salarial, más vale tarde que nunca. México se pinta de igualdad en el discurso, pero en las nóminas reina una discriminación tan arraigada como silenciosa. Esta medida podría cambiarlo… si es aplicada con firmeza y sin tolerar simulaciones empresariales.
Que se protejan los derechos de los artistas y se reconozca su trabajo por obra también es vital. Porque el arte no se come, pero sí se explota. Y tras cada puesta en escena hay un ejército de creativos que llevan años sobreviviendo sin certeza laboral, sin seguridad social y con contratos verbales.
Finalmente, la esperada reducción de la jornada laboral a 40 horas sigue en pausa, atrapada entre intereses empresariales y cálculos políticos. Una propuesta tan elemental en estándares internacionales, en México aún se discute como si fuera un lujo escandinavo. Hablar de “implementación gradual” suena a promesa con fecha de caducidad.
Estas reformas son un paso. Pero cuidado: un paso no es una victoria. La dignidad laboral no se concede, se garantiza. Y mientras estas propuestas no se traduzcan en derechos aplicables y respetados, seguiremos confundiendo el maquillaje legislativo con justicia social.
Porque el trabajo no solo debe alimentar, también debe respetar. O, usted como lo ve? Hasta la próxima…