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Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 28 febrero de 2025.- Cada cierto tiempo, los vientos políticos en Estados Unidos soplan con fuerza sobre el tema migratorio. Se habla de deportaciones masivas, de cerrar la frontera, de recuperar empleos para los estadounidenses. Se promete mano dura. Pero ¿qué pasaría realmente si esos discursos se estuvieran convirtiendo en acciones?
México, nos dicen, será el más afectado. Pero los números cuentan otra historia. De los 51.5 millones de migrantes que viven en Estados Unidos, 11 millones no tienen documentos. De ellos, entre 8.5 y 10 millones trabajan activamente. Son los brazos que cosechan las frutas, los que levantan edificios en las grandes ciudades, los que cocinan en restaurantes y limpian hoteles. Son esenciales, aunque pocos quieran admitirlo.
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Si se materializara una deportación masiva, el impacto inmediato no sería para México, sino para Estados Unidos. Su economía perdería fuerza laboral, los costos de producción subirían y sectores enteros sufrirían escasez de trabajadores. No es casualidad que, a lo largo de la historia, las grandes redadas migratorias terminen en ajustes y programas de regularización. La realidad se impone al discurso.
Y vamos a ponerlo más en perspectiva, hablemos del verdadero rostro de la comunidad mexicana en EE. UU. Más de 12 millones de mexicanos viven en Estados Unidos. De ellos, 4 millones ya son ciudadanos estadounidenses, otros 4 millones tienen residencia legal y 4.1 millones están en situación irregular. Muchos de estos últimos llevan décadas en el país. Sus hijos nacieron allá. Su vida está allá.
Dentro de este grupo, 430,000 jóvenes han logrado trabajar y estudiar gracias a DACA, una medida que, más que una concesión, es el reconocimiento implícito de su papel en la sociedad estadounidense. ¿Qué se gana con expulsarlos?
Si bien México ha recibido a migrantes retornados durante años, pensar en una ola masiva de deportaciones es imaginar un escenario que no se sostiene del todo. La economía mexicana no colapsará, pero tampoco está preparada para absorber millones de personas de la noche a la mañana.
El verdadero problema no es la deportación en sí, sino la narrativa que la rodea. Se sigue viendo a los migrantes como “extranjeros”, incluso cuando han pasado más tiempo en EE. UU. que en sus países de origen. Se insiste en llamarlos “ilegales”, ignorando que su trabajo sostiene gran parte de la economía estadounidense.
Las deportaciones han sido, son y seguirán siendo un tema político. Pero más allá de los anuncios espectaculares y las promesas de campaña, la historia ha demostrado que Estados Unidos necesita a sus migrantes tanto como los migrantes necesitan a Estados Unidos.
No es una cuestión de fronteras. Es una cuestión de realidad, ¿no crees?
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