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Ni libre soy, ni la prisión me encierra; Veo sin luz, sin voz hablar ansío;
Temo sin esperar, sin placer río; Nada me da valor, nada me aterra.
Poema Las Contradicciones, de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda
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Los políticos se contradicen mucho en sus ideas y pareciera que no se dan cuenta. ¿Será que no les importa? Saben que la gente lee poco o está tan metida en sus propias preocupaciones, y pasan por alto que esos personajes que dicen representar a todos enfrentan sus propios dichos sin inmutarse y lo peor de todo, sin admitir que se equivocan.
En México, los populistas de ahora se apoyan en medios afines -sin prestigio, pero muy aduladores- que solo repiten lo que les dicen. Bueno, y en muchos otros países, los populistas han construido su propio ecosistema mediático. No dependen de los medios tradicionales porque tienen a su disposición plataformas que repiten su discurso sin cuestionarlo. Estos medios afines tienen mucho impacto porque llegan directo a la gente con mensajes simples, emocionales y alineados con la narrativa del poder.
Aunque la actual presidenta Claudia Sheinbaum es cuidadosa, van varias veces en las que ella misma dice lo contrario sin inmutarse. Pero jamás, habrá alguien que logre superar al mesías de Macuspana, que un día decía algo, y al otro él mismo se contradecía sin que pasara mucho en su contra.
Las redes sociales han sido una herramienta clave para ellos. No necesitan a los periódicos o a la televisión tradicional si pueden comunicarse directamente con su base a través de transmisiones en vivo, publicaciones virales y ejércitos de cuentas que atacan a críticos y refuerzan su versión de los hechos.
Ahora es un fenómeno muy común. Se contradicen constantemente porque su discurso no está basado en la coherencia o en principios sólidos, sino en lo que les resulta más conveniente en cada momento para mantener el apoyo popular. No es que no se den cuenta, sino que simplemente no les importa, porque entienden que su base de apoyo no los sigue por su consistencia ideológica o discursiva, sino por la emoción que generan.
El impacto emocional es más fuerte que la lógica. Conectan sus dichos en los “sentimientos”. Si un líder dice hoy una cosa y mañana otra, pero ambas generan entusiasmo o indignación en su audiencia, la contradicción se diluye.
Generan tantas declaraciones y cambios de postura que la gente pierde el hilo. Suelen decir lo que conviene en el momento y cuando se les enfrenta con sus propias palabras, simplemente lo niegan o cambian de tema (por supuesto que no nos referimos al líder del Senado).
Los seguidores priorizan la identidad sobre la verdad. Las personas siguen a estos líderes como si fueran un equipo de fútbol: lo que importa no es la coherencia, sino la lealtad. Admitir que el líder se equivoca podría significar una crisis de identidad, así que prefieren justificarlo o ignorarlo.
Es claro que la gente lee poco o no tiene tiempo para analizar. Está demasiado ocupada con sus propios problemas para seguir en detalle lo que dicen los políticos. Además, las redes sociales favorecen mensajes simplificados y emocionales, no debates profundos.
No hay consecuencias reales por contradecirse, y en muchos casos, los políticos no pagan un precio porque sus seguidores no los castigan electoralmente. Mientras logren mantener el apoyo de la mayoría, pueden seguir diciendo lo que sea sin admitir errores.
No es que no se den cuenta, solo han aprendido que ser incoherente no les cuesta nada, siempre y cuando mantengan el entusiasmo y la lealtad de su público.
Los medios están obligados a exponerlos ante la ciudadanía; buscar formas de contrarrestar esto, pero no es fácil porque el populismo se alimenta precisamente de la desconfianza en las instituciones y en los medios de comunicación.
No hay que limitar el espacio a las declaraciones del político sin analizarlas. Si la gente aprende a identificar falacias, manipulaciones y contradicciones, los populistas perderán poder.
Los políticos ahora recurren y dominan las redes porque simplifican mensajes y generan emoción. Si siguen ganando es porque la gente sigue votando por ellos, muchas veces sin analizar sus antecedentes.
Los populistas viven del conflicto, necesitan enemigos para justificar sus errores. Por eso atacan a los medios que los critican, a las élites, a la “prensa vendida”, etc. Y los opositores caen en la misma lógica de insultos y descalificaciones, y solo refuerzan la polarización y ayudan a que el populista mantenga su base fiel.
Aunque parece que nada cambia, cada vez más gente se da cuenta de las contradicciones. Tarde o temprano, la realidad se impone: las promesas incumplidas, la corrupción y la falta de resultados terminan pasando factura.
¿Lo sabrán en La Chingada o al menos, siquiera le importará?