Si el enemigo se equivoca, no lo distraigas
Napoleón Bonaparte
A partir de 2018 cuando Morena ganó las elecciones, se ha ido borrando de los congresos y del entorno político la presencia de los partidos de la oposición. Sin importar mucho a qué razón ideológica representan, los políticos en México son cada vez menos reconocidos, menos admirados o menos creíbles ante la sociedad.
El fenómeno de una oposición irrelevante en un contexto político percibido como adverso, es multifactorial y plantea desafíos significativos para la salud democrática de México. Cualquier análisis debe explorar las causas de la debilidad opositora, sus implicaciones y posibles caminos para su revitalización.
Dicen algunos que la debilidad se debe a que en los congresos locales y federales, se ha reducido su papel opositor como contrapesos efectivos, relegándolos más allá de la toma de decisiones.
Antes de Morena, los partidos tradicionales ya enfrentaban un desprestigio debido a escándalos de corrupción, promesas incumplidas y la desconexión con las necesidades de la ciudadanía. A algunos les quedan una o dos bocanadas y ya.
Obviamente la falta de unidad permea en no lograr un frente común ni propuestas sólidas que contrasten con el proyecto Morenista. Ni cerca están. Esto los hace además de irrelevantes, sí débiles frente a la narrativa dominante. Sumemos la pérdida de credibilidad de los personajes políticos y su desgaste generalizado.
Morena llegó como una alternativa de cambio, pero con el tiempo también ha enfrentado cuestionamientos que han contribuido al desgaste de la figura política en general.
El discurso polarizante ha hecho que la política se perciba como un campo de batalla ideológico, donde la ciudadanía no se identifica plenamente ni con el oficialismo ni con la oposición. Esto genera apatía y desconfianza.
Las redes sociales amplifican los errores y los escándalos, reduciendo la posibilidad de construir una imagen positiva y duradera. Además, permiten a la sociedad participar activamente en la crítica, aumentando la percepción de ineptitud o desconexión.
Cuando los políticos pierden credibilidad, también lo hacen las instituciones que representan, debilitando el tejido democrático.
La concentración del poder en un solo partido limita los contrapesos y pone en riesgo el equilibrio democrático. La falta de oposición efectiva reduce el debate y la diversidad de ideas esenciales para una democracia funcional.
El desplazamiento de la oposición facilita implementar cambios estructurales sin el consenso necesario, lo que deriva en decisiones que no reflejan la diversidad y necesidades del país. Se llama centralización del poder.
Así nace la indiferencia ciudadana y el abstencionismo electoral. Eso vive México en este momento.
¿Es reversible el que la oposición sea débil?
Aunque su pereza es aún inmensa y prefieren el dinero fácil, necesitan renovar su pensamiento; conectarse con la gente y presentar propuestas claras. Recuperar la confianza ciudadana requiere coherencia, transparencia y trabajo constante.
Los medios independientes y las plataformas digitales pueden ser aliados en este esfuerzo.
Sin una oposición fuerte, el gobierno tiene carta blanca para implementar políticas sin el debate necesario, lo que conduce a errores estratégicos absurdos, y de ahí, al abuso de poder.
Pero también, cuidado: la ausencia de canales efectivos para expresar el descontento puede derivar en una explosión social o en movimientos radicales fuera de los márgenes institucionales.
Dejar de reaccionar exclusivamente a las acciones del oficialismo y proponer una visión alternativa clara y atractiva debe ser un primer camino (aunque nada fácil para como están las cosas). Hay que promover una cultura política que valore la importancia de los contrapesos, el debate informado y la participación democrática.
La clave estará en pasar de la queja reactiva a la construcción activa, desde lo local hasta lo nacional.