La esperanza: el sueño de los despiertos
Aristóteles
El optimismo ante un cambio de gobierno en México depende de diversos factores, tanto objetivos como subjetivos, y es un tema que involucra expectativas, el contexto social, y las prioridades del nuevo gobierno.
En México, históricamente nuestro optimismo parece entrar en una irreparable crisis. Por más esfuerzos que los gobiernos hagan (sin importar su razón partidista), a los mexicanos nos gusta más primero pensar mal, y luego ver cómo salen las cosas. Claro está, que siempre, en el 90 por ciento de los casos, es con la optimista esperanza de que todo lo que sigue saldrá bien.
Nos sale naturalito.
Todos los análisis del ser del mexicano se lanzan casi de inmediato hacia la evidenciación de “defectos”, de “insuficiencias”, que no se compadecen con un optimismo “espontáneo”, no mediado por la reflexión.
El investigador del Colegio de México, Emilio Uranga escribió un ensayo muy interesante sobre el tema, titulado Optimismo y pesimismo mexicano, en el que deja ver algunas “razones históricas, cada vez que se ofrece una reflexión sobre el ser del mexicano, la gente pregunta casi de súbito si la tal meditación es pesimista u optimista. Para unos, el que la teoría sea pesimista es casi sinónimo de su veracidad, de haberse hecho dueña de la realidad; para otros, acaece a la inversa, todo pesimismo les parece una desfiguración.
En principio, no hay por qué descartar una teoría pesimista del mexicano sólo por ser pesimista, y aceptar otra, quizá menos legítima, sólo por ser optimista. “Son las cosas de tal condición, decía Ortega y Gasset, que juzgarlas con sesgo optimista equivale a no haberse enterado de ellas”.
Pues bien, a solo unas horas del cambio, el gobierno de Claudia Sheinbaum -al ser el primero liderado por una mujer en la historia de México- involucra expectativas, un contexto social, prioridades especiales, y enfrentará tanto apoyo como resistencia desde el comienzo.
El optimismo es posible, pero debe estar basado en un análisis cuidadoso de las promesas del nuevo gobierno, su capacidad de implementación y el contexto socioeconómico de México. Aunque el cambio trae esperanza, la prudencia y el seguimiento crítico son fundamentales para evaluar los resultados a largo plazo.
Sheinbaum enfrentará un contexto de resistencia y crítica debido a la profunda polarización política, los problemas estructurales de México, y las expectativas de todos sectores de la sociedad. La habilidad de su gobierno para manejar la economía, la inseguridad, y las relaciones internacionales será clave para determinar si esta negatividad se modera o se intensifica con el tiempo.
Como debe ser en una democracia, hay quienes subrayan que sí tiene posibilidades de sacar al país adelante. Sí, pero dependerá de cómo aborde los grandes desafíos estructurales del país. Aunque el equipo que la acompañará en este inicio sexenal, deja mucho que desear en muchos puntos, sobre todo en lo referente a la fidelidad hacia la nueva gobernante y no la lealtad al saliente del Palacio Nacional.
Si logra mantener y mejorar estos programas sin afectar el equilibrio fiscal, puede ayudar a reducir la pobreza y la desigualdad, lo que sería un paso positivo para México, incluso en la visión internacional. La clave será implementar los programas de manera más eficiente y con una mejor rendición de cuentas, dejando atrás la opacidad de ahora.
Ya como cierre: “No quiero que sientan que hay un vacío cuando me vaya, porque llega Claudia, y dejo en claro que no soy un conservador y cuando digo que me voy es porque me voy, no quiero ser caudillo ni líder moral ni jefe máximo…
” El optimismo de México se basa en las palabras del que ya no está hoy…