A diario le salía una bolita blanca que, por cierto, no le causaba grima. Al contrario: felicitaba la aparición de una nueva a la que consentía como a las demás. Vivía contento, sin miedo a la crítica. Cierta noche fatídica, un golpe de viento le arrancó el peluquín y las ideas y las bolitas se fueron en el mismo viaje. Ahora se ve vagar a un hombre calvo, triste, desilusionado…