Arturo Zárate Vite
La campaña en contra de candidato o candidata llega a tal extremo, ocupa todos los espacios y horas, que cualquiera pensaría que está acabado, destruido en la percepción de la sociedad.
Es tal el bombardeo de mensajes, en todos los tonos y formas, negativos, para desacreditarlo, para ponerlo como el peor, que nunca nada bueno ha hecho por el país, autor de acciones atroces y locas, que no habría duda que se encamina a la derrota electoral.
Además, los que hablan de sus defectos y desatinos son líderes de opinión, reyes del rating, con millones de seguidores en redes sociales, los que hacen juicios sumarios porque se sienten dueños de la verdad.
Nada más que ser el número uno del rating en los programas informativos durante los procesos electorales, no es igual a credibilidad, porque de ser ahí, mediáticamente estaría resuelta la competencia política.
Es un fenómeno que no se ve o no se quiere observar y mucho menos reconocer. El impacto se vuelve contradictorio. La gente no se traga las mentiras, las mastica y las escupe al darse cuenta que son opiniones o palabras contaminadas de intereses perversos y monetarios, para favorecer la causa del personaje que compite o del grupo que lo apoya.
Hay ejemplos en la historia electoral mexicana de que ese tipo de campañas se vuelven contraproducentes para quienes las promueven. Especie de búmeran lanzado con mucha fuerza que retorna con la misma o más intensidad para golpear al que lo lanzó.
En el proceso electoral de 1988, no había redes sociales, solo los ahora llamados medios tradicionales. Prácticamente, la mayoría, radio, televisión y prensa escrita, ignoró a la oposición, representada entonces por el candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas.
La cobertura de sus actividades fue escasa en medios impresos, nada en electrónicos, radio y televisión. Época en la que el líder de opinión se llamaba Jacobo Zabludovsky.
Guía para millones. La expresión “lo dijo Jacobo” significaba la última palabra para la sociedad, en contra o favor de diversas situaciones o personajes. Nadie cuestionaba nada.
Entrevistó para la televisión en la que trabajaba a los hermanos (medios hermanos) del ingeniero. Todo lo que se dijo, en contra del candidato de la oposición. Fue el único momento que le dedicó la empresa televisora y para ello utilizó a su comunicador estrella.
Pues nada que el ingeniero logró millones de votos y hasta la fecha persiste la duda sobre el resultado. Fue cuando se cayó o calló el sistema. Al día siguiente de la elección lo que se destacó en medios fue la declaración de la dirigencia nacional del PRI de que su candidato había ganado. Acuerdos, protestas y avisos de la autoridad electoral (no tenía elementos para declarar ganador) se perdieron en el mar informativo o fueron ignorados en espacios mediáticos.
2006 es otro caso. A pesar de la intensidad de la campaña en contra del candidato Andrés Manuel López Obrador (es un peligro para México), apenas les alcanzó a los promotores para que su abanderado obtuviera raquítica ventaja de 0.56 por ciento en los votos.
Por la dimensión de la campaña y ante una autoridad electoral (IFE) que nunca pudo o no quiso frenarla, se esperaba que el candidato del partido en el poder arrasara en la competencia.
No ocurrió, apenas ganó.
En 2024, de nuevo reyes del rating, con todo en contra de lo que representa el gobierno que ya se va y que incluye a la candidata presidencial postulada. Otra vez el impacto ha sido contraproducente para las aspiraciones del grupo promotor. Las encuestas, casi en su totalidad, no solo le dan la ventaja sino amplia ventaja a la candidata.
¿Por qué?
Los reyes del rating han perdido credibilidad, la sociedad los conoce como conoce a los o las que compiten por la presidencia.
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