La elección del próximo 2 de junio advierte una enorme desidia por parte de la ciudadanía en la que, según datos del último proceso, solo la mitad participa
J. Israel Martínez Macedo / israelmartinez.com.mx
No sé si sea solo mi percepción o es que la desidia y el desinterés pareciera adueñarse de los procesos electorales en todo el país; por un lado los actores principales de este proceso muestran una pasividad pasmosa respecto a otros procesos en los que a estas alturas la movilización de grupos de trabajo era mucho más visible y sensible, los debates eran álgidos en casi cualquier lugar y el sentimiento de pertenencia y apoyo a un candidato u otro era la muestra clara de que la gente estaba interesada, al menos, en lo que podía pasar en la jornada electoral pero hoy, eso parece ser cosa del pasado.
En años anteriores los institutos electorales tenían la posibilidad de seleccionar los mejores perfiles para cubrir los espacios de trabajo temporal que se abren de manera natural para la organización de las elecciones; en esta ocasión parece que ni por el exceso de desempleo los ciudadanos quieren optar por esta posibilidad y le rehúyen a ser contratados por los institutos políticos, ni qué decir de aquellos que resultan insaculados para ser funcionarios de casilla que buscan y encuentran cualquier pretexto para excusarse de estar en su respectiva casilla el 2 de junio próximo.
Es cierto que de la elección federal lo que más genera ímpetu de participación es el proceso para la renovación de la Presidencia de la República y que, por lo tanto, los procesos para senadores y diputados federales quedan relegados a un segundo término; sin embargo, no dejan de ser importantes para la representación social en las respectivas cámaras; quienes están contendiendo por un escaño o una curul serán nuestros representantes directos en la toma de decisiones sobre el rumbo del país, ni más ni menos.
Aun así, los representantes de cada partido cuentan con el mismo tiempo de campaña para recorrer sus distritos que tienen los tres aspirantes presidenciales para recorrer todo el país; es un absurdo, el desgaste político, económico y emocional que eso genera es terrible para la ciudadanía que, de por sí, no da señales de que esta elección tenga algo que ofrecerles y deja, además, sin oportunidad de resolver cuestiones que se detienen porque “es proceso electoral”.
Claro que es probable que el fervor político incremente conforme se activen los procesos locales, tanto en la definición de candidatos como con los arranques de campaña, la ciudadanía podría sentirse más involucrada al considerar que son autoridades más cercanas a su realidad, a su localidad o a su familia; aun así el bombardeo informativo sobre todo lo que ocurre y la constante desinformación que proviene desde la mañanera, por un lado y los sitios de propaganda política disfrazados de medios informativos, solo consigue alejar a los ciudadanos de los temas electorales.
Para colmo de males, algunos de quienes ya están en campaña asumen una actitud de no correr riesgos y estimar sus posibilidades reales de triunfo limitándose a la mera participación por encima de una competencia real en la que puedan dar la sorpresa o en la que se demuestre que su interés es legítimo y no solo están colaborando para cumplir con el requisito.
En el Estado de México presenciaremos cambios muy importantes por el simple hecho de la alternancia política ocurrida en el proceso electoral de 2023 en la gubernatura y que representa un cambio completo de paradigma en temas de organización y estructura para muchos partidos.
Por el lado de Morena y sus aliados, la forma en que organizaron su alianza, hace prácticamente imposible saber el peso específico que cada partido tiene respecto al resultado final de la elección gobernadora, a repartición de porcentaje de votos les permite a organismos como el PT mantener el registro sin importar si cuentan con los militantes o seguidores necesarios para ello, ellos ya llevan una cuota ganada en la mesa de negociación y solo deben esperar que la ola guinda los arroje en la playa de las prerrogativas.
Los datos son abrumadores; según las cifras del IEEM, hubo 12 millones 395 mil 763 actas contabilizadas al final del proceso; esto representa el 100 por ciento de la participación posible efectiva en la entidad; al no haber más boletas, este es el número total de posibles electores en el Estado de México, ni uno más ni uno menos, pero ¿qué representa para los partidos políticos esta cifra?
El PAN obtuvo 701 mil 573 votos, lo que representa el 11.29% de la votación pero apenas el 5.66% de representación respecto al total de posibles votantes; el PRD tuvo 183 mil 227 votos, 2.95% de la votación pero 1.48% de la representación del total de electores con posibilidad de participar; como se comentaba, con las reservas de no ser una votación efectiva sino un cálculo establecido matemáticamente, al PVEM se le atribuyeron 624 mil 392 votos 10.05% de la votación, lo que significa que se le atribuye el apoyo de solo 5.04% los posibles votantes y el PT al recibir 460 mil 615 votos, implica 7.41% de porcentaje de participación y un 3.72% del total posibles votantes.
Para los partidos que encabezaban ambas coaliciones las cosas no son menores; el PRI obtuvo 1 millón 750 mil 795 votos, lo que implica 28.17% de la votación y 14.12% de la posible participación mientras que Morena obtuvo por asignación de convenio de coalición 2 millones 187 mil 099 votos, esto es 35.2% del porcentaje de votación y 17.64% de la representación efectiva de posibles votantes.
De esto se pueden obtener conclusiones muy interesantes como que en el Estado de México de cada dos personas solo una vota. Ningún partido tiene el respaldo del 20% (la quinta parte) de la población que es posible votante. El PRI tenía, hasta 2023, asegurado el voto de uno de cada cuatro mexiquenses que participan. Morena tenía asegurado el voto de uno de cada tres mexiquenses que participan. Fuera del PRI y Morena, ningún partido representa al menos 6% del total de posibles participantes de una elección.
La triste frialdad de los números demuestra que el desinterés priva en las campañas políticas mexiquenses; que ningún partido político se puede atribuir representar a la población pues ni siquiera pueden tener una representación significativa respecto al total de los posibles votantes y, cuando mucho, afirmar que son apoyados por un máximo de un tercio de los que si votan.
Pero lo más lamentable de todo es que los datos demuestran que solo la mitad de quienes tienen posibilidad de participar de las elecciones políticas de la entidad deciden hacerlo por la vía de las urnas mientras que el resto simplemente deja su destino y las decisiones futuras en manos de los demás. Falta mucho por hacer, pero, sobre todo, falta generar interés de la mitad de los posibles votantes para participar en los procesos electorales y el panorama no pinta bien para una elección federal que no levanta y que está a la expectativa de que arranque la local para encender el ánimo y generar interés entre la ciudadanía.
Urge repensar una reforma político-electoral en el país, pero una real, que represente un avance y tenga como objetivo incrementar la participación ciudadana en la toma de decisiones y no una como la que espera el Plan C para concretarse y justifique la entrega del Poder gubernamental en su conjunto a un solo partido y el grupo que lo controle; será un debate para el futuro no tan lejano, pero sí un debate cada vez más necesario.